El rebote en la popularidad del Presidente López Obrador en las encuestas se ha atribuido, en parte, a un efecto rally, el cual significa que la población tiende a apoyar más a sus líderes ante situaciones de crisis o amenazas, como es el caso de la pandemia.
Si bien se trata de una explicación como de libro de texto de opinión pública, no deja de ser una hipótesis sujeta a revisión. Lo que veo en los datos de las encuestas de El Financiero es que sí hay algo de ello, pero es realmente modesto como para dejar el rebote en la popularidad exclusivamente como un efecto tipo rally.
Para verificarlo, miré los niveles de aprobación al presidente según el grado de preocupación de los encuestados por el coronavirus. Lo que esperaría es que, de haber un efecto rally, el apoyo al Mandatario debería subir más notablemente entre los mexicanos más preocupados por el virus, quienes perciben más amenazante a la pandemia.
Efectivamente, sí se observa un poco de eso: de marzo a abril, el rebote en la popularidad fue de 8 puntos entre los mexicanos muy preocupados por el virus, pero no se movió nada entre los poco o nada preocupados. En otras palabras, la percepción de amenaza sí contribuyó a jalar la aprobación hacia arriba, pero el efecto luce modesto, aunque en línea con lo que se ha visto en otros países. Nada qué ver con aquellos 40 puntos o más que subió George W. Bush tras los ataques del 9/11, uno de los ejemplos de texto de efecto rally.
También hay que decir que la aprobación a AMLO solamente regresó a sus niveles previos a las caídas que tuvo en febrero y marzo. Por eso, creo que llamarle “rebote” es adecuado; el presidente no sobrepasó sus niveles de popularidad previos, como daría a entender la noción del efecto rally.
La encuesta de abril lo sitúa en los mismos niveles de popularidad que se observaron desde abril de 2019 hasta enero de este año, 11 meses en que la popularidad tuvo fluctuaciones menores en una estrecha franja de 66 a 72 por ciento, dentro de los margenes de error convencionales de las encuestas, es decir, sin cambio real.
El último rebote de 8 puntos no es un repunte espectacular, quizás no sea un efecto rally en toda la extensión de la palabra. Es eso, un rebote; la popularidad volvió a su nivel anterior, nada más. Por supuesto que es positivo para el presidente y su gobierno, pero, hablando en términos de futbol americano, solamente regresó a la linea de golpeo luego de haber retrocedido algunas yardas en la jugada anterior. No se avanzó más allá. Y lo que ayudó un poco es que en abril hubo más personas muy preocupadas por el coronavirus que en los meses anteriores, lo cual podría cambiar en las siguientes semanas.
Es importante analizar las causas del rebote en la popularidad presidencial, pero también sus posibles efectos. El presidente López Obrador cambió su actitud inicial ante la epidema en momentos en que su apoyo ciudadano había bajado. Al principio dio señales de que el coronavirus no era tan peligroso; pero corrigió, dejó de hacer eventos públicos masivos y se sumó al mensaje de confinamiento. Quizás eso ayudo también a recuperar yardas.
Ahora que ha recuperado apoyo, el presidente no debe olvidar que sus mensajes en torno a la pandemia pueden tener un gran impacto en la conducta de la gente. El Dr. López-Gatell ha sido una voz cantante, pero su mensaje de que se ya aplanó la curva de contagios es un tecnicismo que no se ha terminado de entender y que puede dar la señal de que ya estamos saliendo del problema. Si no es el caso, será fundamental que el Presidente mantenga una actitud de emergencia. Lo que él diga, haga o deje de hacer puede ser la diferencia entre seguir firmes hacia una pronta salida o dirigirnos hacia un rebrote. Actualmente la cuestión ya no es si debemos confinarnos o no, sino si ya podemos reabrir o no.
El capital político del presidente ante esta situación puede ser el factor de convencimiento a los mexicanos ante el nuevo dilema: seguir pagando los costos del distanciamiento un poco más o ya relajarnos y enfrentar el riesgo del rebrote. Estaremos pendientes de las señales.