El Palacio de Westminster, la sede del poder legislativo en Reino Unido, ha sido testigo de asesinatos, intrigas, coronaciones y de entierros famosos.
Este gran edificio neogótico, poseedor grandes corredores, salones y salas de estudio, dio origen en el Siglo XVI a una práctica parlamentaria que nos acompaña a la fecha: el cabildeo, también conocido como lobbying.
Ya fuera porque se decretaba un impuesto nuevo, por una reforma que pretendía afectar el ejercicio profesional de un oficio, por un motivo ideológico o por cualquier otra razón, esta práctica se estableció para convencer a un miembro del parlamento hacia el sentido que un ciudadano o noble consideraban justa o necesaria. Normalmente el que buscaba persuadir esperaba afuera Cámara de los Comunes, en los salones contiguos, o lobbys en inglés, de ahí el nombre.
Tratar de convencer a un funcionario público sobre la perspectiva que uno tiene es completamente válido, incluso necesario, en una democracia. Sin embargo, al pasar de los años se han institucionalizado otras prácticas para poder lograr el cometido deseado.
Hoy en día, hay firmas privadas que se especializan en esta actividad en ellas existen prácticas legítimas e íntegras y también hay quienes abiertamente ejercen sobornos y amenazas, tales como regalos, viajes o donaciones para campañas como parte de mecanismos pensados para “aceitar” las relaciones entre cabilderos y representantes públicos.
La regulación de la actividad de cabildeo en México es una materia pendiente. En algunos casos se cuenta con reglamentos someros, como el caso de la Cámara de Diputados y Senadores, y en otras ocasiones se carece de lineamientos, como en la mayoría de los municipios.
Revisemos un ejemplo reciente. En los últimos meses nuestro país vivió el debate sobre el establecimiento de un etiquetado claro en las calorías, grasas y nutrientes contenidos en los alimentos que consumimos. Durante varios meses se vivió una intensa actividad legislativa a favor de esta práctica, utilizada en muchos países y con efectos probadamente positivos.
La iniciativa se votó a favor gracias al activismo de una red de profesionales de la salud. Su contraparte eran los representantes de la industria de bebidas azucaradas y golosinas, quienes pugnaban porque el etiquetado de los alimentos permaneciera relativamente igual al del día de hoy. En este caso hubo dos grupos que ejercieron la posibilidad de cabildeo. Esto demuestra que el activismo sobre los representantes públicos no es necesariamente pernicioso. Sin embargo, también este caso nos permite notar también algunos matices.
Como parte de la iniciativa que se logró aprobar, también se buscaba el aumento de un peso en impuestos a las bebidas azucaradas, pues los estudios demuestran que reduce el consumo de estas, reduciendo sus efectos negativos en la salud nacional. La iniciativa iba viento en popa hasta que, ya entrada la madrugada, los diputados cambiaron repentina e inesperadamente de opinión y votaron en contra del impuesto. Varios testigos refieren que los cabilderos de la industria se encontraban en las curules, conversando de primera mano con las y los diputados.
En nuestro país existen personas que realizan cabildeo todo el tiempo. Puede ser que acerquen información valiosa para un tomador de decisiones, puede ser que sostengan razones ideológicas, pero también lamentablemente, hay quien usa los vacíos legales de nuestro país para darle vuelta a las disposiciones.
Si bien es cierto que está prohibido entregar dádivas a nuestros representantes con el objetivo de influir en su juicio, los caminos de la corrupción pueden tomar atajos en familiares y cercanos. Por eso es sumamente importante legislarlo: esto dará garantías a quienes ejercen esta profesión y hará a un lado a quienes cometen delitos.
Actualmente hay una iniciativa en la materia en análisis en el Senado de la República por parte del Senador Miguel Ángel Navarro y Ricardo Monreal. Valdría la pena analizar con detenimiento lo que en ella se propone así como sumar ideas para que el cabildeo sea una actividad regulada en todo el país. Por ejemplo, podría exigírsele a nuestros representantes la apertura completa de sus reuniones laborales, así como la invitación a participar de monitoreos preventivos de los bienes de servidores públicos a la Unidad de Inteligencia Financiera para evitar la utilización de empresas fantasmas o lavado de dinero.
El cabildeo no es malo por sí solo. Al contrario, es una herramienta propia de las democracias. Por eso es fundamental dejar de llamar de esa manera a la corrupción y al secuestro de las instituciones. El presidente señaló que una de sus principales tareas en el cargo es separar al poder político del económico, aquí hay una gran oportunidad para lograr que eso sea más que una frase de campaña.