Dicen que en Tuxpan nunca deja de haber fiestas. Dicen que por eso son tierra de músicos. Dicen que los días que celebran se deben a festividades nahuas de hace cientos de años. Dicen que el temblor que tiró la mayoría de las casas no logró llevarse el ímpetu y amabilidad de sus habitantes. Dicen que son la verdadera cuna del mariachi. Se saben vivos.
Pero también dicen que en Tuxpan han vivido lo mismo que en otros pueblos indígenas. Localizada al sur del estado de Jalisco, esta comunidad ha vivido los embates de quienes despojan y contaminan sus ríos y montes. También dicen que en Tuxpan su lengua ha sido despreciada, sus tradiciones peligran, su patrimonio menoscabado. Vivían en silencio estos males. Pero decidieron elevar la voz.
Se dieron cuenta que este sufrimiento lo compartían con más personas. No estaban solas.
El pueblo de Acteal que llora a las 45 personas asesinadas en misa de manera cobarde y ruin le dijo a Tuxpan “no están solas”. La defensa de la tierra sagrada de Wirikuta, comprometida a salvar este santuario del pueblo wixarika de los intereses de mega proyectos mineros, le dijo “no están solas”.
De la Sierra Tarahumara bajó el pueblo Rarámuri a enunciar los crímenes que el narcotráfico, coludido con las fuerzas del estado, cometen todos los días hacia su pueblo, le dijo a Tuxpan “no están solas”. De cada rincón del país vinieron los distintos pueblos, tribus y naciones indígenas a denunciar el abandono del campo, el despojo y la violencia, les dijeron “no están solas”.
Y entonces decidieron, en 1996, formar el Congreso Nacional Indígena (CNI). Un espacio para reconocerse parte de algo más grande. Un frente para defenderse, abrazarse y luchar por un México en donde ser indígena no significara desprecio, pobreza o muerte.
Veintiún años han pasado desde esa fundación, lamentablemente las condiciones del país no han mejorado. Todo lo contrario. Viendo esto, decidieron actuar junto a más personas que viven en la pobreza, precariedad e inseguridad para construir alternativas. Decidieron arriesgarse y darnos una enorme lección de generosidad y representatividad a la política nacional.
Hace ocho meses anunciaron una idea insospechada que generó gran revuelo: construir una consulta con los pueblos indígenas que forman parte del CNI para conocer si existía el consenso de impulsar una candidatura a la presidencia. Esta candidatura tendría algunas condiciones, pues sería encabezada por una mujer indígena anticapitalista, la cual tendría que formar parte del CNI y respetar sus siete principios. También establecieron que la candidatura no sería a través de un partido político, sino que utilizarían la figura de candidatura independiente.
Las asambleas fueron caminando por todas las poblaciones adherentes al CNI. La decisión fue deliberada en decenas y decenas de lenguas. Ningún cacique se impuso, las voces fueron escuchadas, tomaron el tiempo que estas responsabilidades merecen, rompieron con la idea de la política vertical, de hombres, de profesionistas, de los citadinos. Rompieron con la política que no ha representado y que, en todo caso, ha replicado vicios autoritarios una y otra vez.
Las respuestas llegaron con las y los delegados el pasado domingo a San Cristóbal de las Casas, territorio que vio nacer al zapatismo. El CNI aceptó participar en el proceso electoral. Y, aunque no ocupó ninguna primera plana, quizás dieron la noticia más importante del mes: María de Jesús Patricio Martínez, una mujer nahua de 57 años de Tuxpan, Jalisco, será su abanderada para el proceso. “Marichuy”, impulsora de la medicina tradicional y de su lengua materna, será la portadora de la palabra del Concejo Indígena de Gobierno.
Quienes la conocen afirman que ha sido una pieza fundamental en su comunidad en el activismo por los derechos de las mujeres, de los indígenas y una promotora de salud muy destacada. Ahora, a esa lista de atributos se suma uno nuevo, pues será mensajera de esperanza y dignidad en una política que cada vez nos representa menos. Sin duda será importante seguir su camino hacia el 2018.