A los 96 años murió la reina Isabel II, en el castillo de Balmore, Escocia, así lo informó en un comunicado oficial, la familia real informó que falleció pacíficamente.
Isabel II será recordada por ser una mujer fuerte y dura en sus convicciones, así se plasmó en la serie The Crown, producción de Netflix donde se invirtieron 100 millones de dólares.
Escrita por Peter Morgan (The Queen y Frost/Nixon), The Crown tiene cinco temporadas. Si quieres conocer más de la reina Isabel, toma asiento y disfrútala.
De las actuaciones, ni hablar, son magníficas, no sólo caes rendido ante el silencioso y falsamente frágil encanto que imprime Claire Foy a Elizabeth también John Lithgow se funde a tal grado con Churchill que es difícil recordar que el actor es estadounidense, que hace más de 15 años protagonizaba 3rd Rock from the Sun o que esa joroba no es natural; y el extrañamente guapo Matt Smith, nos convence en la piel de un Felipe resignado a ser príncipe consorte.
Pero… siempre que las expectativas son tan altas, como la corona real de Inglaterra, llegan los peros: el primer episodio “Wolferton Splash”, es terriblemente lento.
Si bien la acción es tan delicada que da tiempo de perderse en la contemplación de cada detalle, parece que no pasará nada, que la evolución de la historia fuera a suceder a cuentagotas y entre cuadros hermosamente planeados. Pero tranquilos, el ritmo mejora en el segundo episodio.
Y si no te quieres enterar de los detalles, no sigas leyendo, lo que sigue tiene algunos spoilers (aunque seguro te darán más ganas de ver la serie)
Ok. Continúa bajo tu propio riesgo.
Nos han vendido esta serie como la historia de Elizabeth II, pero va más allá. En The Crown, la corona real y sus implicaciones son el verdadero protagonista.
Desde dejar de ser Elizabeth Alexandra Mary Windsor para convertirse en Queen Elizabeth II, hasta la separación entre la Corona y el Gobierno, en The Crown se exploran las tensiones personales e institucionales de un mundo cambiante a mediados del siglo XX.
“¡Claro que trata de la reina Isabel!”, dices. Yo pensaba lo mismo, a tal grado que me indigné profundamente cuando empezó el primer capítulo y la acción giraba en torno al príncipe Felipe abandonando los títulos que lo ligaban a la corona griega y asumiendo el ducado de Edimburgo como preparativo para casarse con Elizabeth.
“Claro, para poder contar la historia de la mujer más poderosa del mundo, primero hay que hablar de los hombres que la rodean; obvio, si no es por su pareja no podemos definirla", me dije, pero lo cierto es que esa imagen se resume en lo que abandona el individuo en favor de la corona.
Y es que esta no es una historia de amor, son varias historias ligadas a tener, merecer, mantener o codiciar el poder. ¿Qué mayor poder había en pleno siglo XX, sino ser monarca de Inglaterra? En The Crown el poder es el protagonista y queda claro en el segundo episodio, tras la muerte de Jorge VI.
El poder es representado delicadamente en cada una de las escenas, por ejemplo, cuando Winston Churchill espera hasta el último minuto para entrar, colmado de aplausos, a la Abadía de Westminster, convirtiendo su entrada en un mensaje político; en la ceremonia, cuando en las promesas matrimoniales, Elizabeth incluye un “and to obey you”, y Felipe sonríe; o incluso, en los encuentros familiares, en donde primero son las reverencias y luego los abrazos.
Entre protocolos, formas y sutilezas, vemos actores que pasan inadvertidos en cada escena, un ejército de mozos, ayudantes, valets, mucamas, niñeras, que parecieran irrelevantes a la historia, pero soportan las acciones de los personajes principales, tal vez como un guiño a la realidad que se vivía en la casa real, en donde el conserje personal del rey Jorge VI es el primero en llorar su muerte, que llega como un susurro inconveniente a la reina María.
La inversión es notoria en cada momento, en cada traje… hasta las perlas bordadas en el vestido de novia de Elizabeth son hermosas. Aprovecha la formalidad de cada escena y disfruta de cada elemento: las vajillas, los vasos de whisky, la ropa, las medallas… incluso el lipstick de la princesa a punto de ser reina tiene el encanto de lo imperfectamente real.
Cada anillo, arete, tocado, sombrero… hasta la mantilla negra con la que cubre su luto la madre del rey o las calcetas sin elástico que usa Felipe en pleno safari, cumplen con los detalles de la época, igual que los coches, relojes y ceniceros.
El protocolo de la corona queda atrapado en largas secuencias, con diálogos formales y personajes que nunca se permiten sentir de más… la corona es primero. “ELLA ES PRIMERO”.