Cleotilde, una flor que nadie cuidó

Cleotilde dedicó su vida a los cuidados y cuando ella debía recibirlos, nadie los brindó
Cleotilde dedicó su vida a los cuidados y cuando ella debía recibirlos, nadie los brindó
Cuidados.Cleotilde dedicó su vida a los cuidados y cuando ella debía recibirlos, nadie los brindó
Especial Nación321/Óscar Castro
Alicia Pereda
2024-11-25 |06:42 Hrs.Actualización06:36 Hrs.

En el marco del Día Internacional para la erradicación de la Violencia contra las Mujeres buscamos una serie de historias que muestren cómo a lo largo de los años, se han “normalizado” este tipo de agresiones y quisimos hacerlo lo más cercano, por ello las vivencias que leerás a continuación, están narradas como ellas lo estuvieran contando:

Mi hermana nunca aceptó que la hubieran obligado a casarse con una persona que no amaba. Hoy cuento esta historia, porque ella ya no puede hacerlo.

Nacimos en un pueblo de la Sierra Mazateca de Oaxaca, en el municipio de Santa María Chilchotla. No recuerdo con qué soñaba de niña, porque cuando ella creció a mí ya me habían casado, pero de adultas me confesó que su sueño era vivir en ‘Mexico’, tener una tintorería, ahorrar y comprarse una casa, ser una mujer independiente.

Pero la vida de Horte, como yo le decía, no fue así: siguiendo la costumbre la casaron en un matrimonio arreglado cuando era muy joven, tuvo tres hijos y una vida de ama de casa, que cambió, primero cuando uno de sus hijos murió y luego, cuando se vino a la Ciudad de México con toda su familia.

En esta ciudad, mi hermana con nombre de flor, Cleotilde Hortensia, como la bautizaron mis papás, tuvo un único objetivo: trabajar duro para tener su propia casa.

Las costumbres y la pobreza del pueblo no permitieron que estudiáramos más allá de unos grados de primaria, pero ella decía que no necesitaba ‘tener escuela’ para poder trabajar. Comenzó limpiando casas y eso hizo hasta una semana antes de morir.

Después de trabajar varios años, su sueño se cumplió y compró un terrenito en la periferia de Chimalhuacán, al oriente del Estado de México.

Con el cabello ondulado y corto, una sonrisa inmensa y su buen humor, Hortensia siempre era alegre, amable y la primera a la que todos recurrían: por un consejo, ayuda económica o un abrazo.

Pero bajo esa alegría habría tristeza y enojo, pues mi hermana fue obligada por las costumbres de nuestro pueblo a unir su vida a un hombre que le daba malos tratos.

Una vez me dijo que prefería estar fuera del hogar por el que tanto trabajó, pues las malas palabras y gestos hacían de su matrimonio un “infierno”. Pocas personas sabíamos que sufría en silencio.

Al día de hoy no recuerdo que Horte gastara su dinero en ella, más bien puso empeño en juntar para construir su casa junto a su esposo.

Para poder trabajar, mi hermana se transportaba a diario por el largo peregrinar que hay entre Chimalhuacán y la Ciudad de México: a veces iba a Copilco, otras veces al Centro.

Ella me contaba que le gustaba su trabajo, pero el mal o buen trato que recibía dependía de la ‘suerte’, pues a veces la trataban bien y otras ni un vaso de agua le permitían tomar. Nunca tuvo Seguro Social y solo unos cuantos le daban un dinero extra al final del año, como su aguinaldo, también le regalaban ropa usada.

Horte dormía pocas horas. Se despertaba a las 5 de la mañana y salía de su casa, tomaba un ‘chimeco’ y luego el Metro. En cada casa que limpiaba podía pasar hasta 5 o 6 horas y luego emprendía el camino de vuelta.

Al llegar a su hogar el trabajo no paraba, sino incrementaba: tenía que limpiar, cocinar para su esposo, sus nietos y uno de sus hijos, además de preparar su itacate.

Dos años antes de morir su vida dio un nuevo giro, pues su esposo, albañil de profesión, se quedó sin trabajo debido a una complicación de salud. Postrado en cama, su marido le confesó que sólo tenía mil pesos ahorrados.

Desde entonces Hortensia fue jefa de familia y trabajadora del hogar: cuidar, cuidar y cuidar, era lo único que hacía, pero mientras, ella se desvelaba, comía poco y sus pulmones se debilitaban por un padecimiento llamado enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).

El principio del fin llegó con el invierno, los últimos días del año 2020, cuando la pandemia por COVID-19 calaba hondo.

Al día de hoy no sabemos cómo se contagió, si en casa o en sus recorridos larguísimos por el transporte público, pues nunca pudo dejar de trabajar. Pero justamente en Nochebuena ingresó a un hospital del que nunca salió.

No pudimos verla, ni despedirnos, pero uno de sus hijos nos contó que cuando reconoció el cuerpo no podía creer lo que veía: su rostro se apagó por un virus que le quitó la vitalidad. Estaba pálida, fría y delgada. Murió la tarde del 31 de diciembre, antes de que se acabara el año.

Al final, mi Cleotilde Hortensia, la flor más bonita que conocí, se marchitó porque nadie la cuidó.