El área de recuperación de pacientes COVID-19 del Hospital Juárez de México se habilitó en el piso 3 del edificio C, después de su reconversión. Aquí se encuentran pacientes en prealta, casi listos para integrarse a sus domicilios, después de varios días o semanas de estar internados.
Hoy, la luz del amanecer se filtra por los ventanales del piso 3. Francisco Bustamante, de 46 años, con un mes de internamiento, desconoce que hoy podrá salir del nosocomio.
Se entera un par de horas después. Sus familiares, que sólo han recibido reportes médicos, ya lo esperan en la puerta que anuncia "Egreso Pacientes COVID-19".
“Me caí, quedé inconsciente, mi familia me trajo aquí (...) cuando desperté me asusté mucho. Me dicen que le eche ganas, que todo va a ser diferente”, platica Pato, como le apodaron sus compañeros de habitación.
"Sí crean en esta enfermedad, yo tampoco creía y mire (...) ahora me debo lavar las manos todo el tiempo, usar tapabocas, tener distancia con la gente, no tocar a quienes quiero", agrega.
La enfermedad no acaba después del alta, como dicen los doctores y los especialistas, hasta la fecha poco se sabe del virus, por lo que al salir a los pacientes les espera una cuarentena de otros 14 días en aislamiento, sin contacto, sin abrazos.
Gabriel Fragoso de 61 años lo sabe perfectamente. Ha estado internado por el nuevo coronavirus desde el 13 de mayo, misma fecha en la que su cónyuge salió del Juárez.
“Soy voluntario de un centro de distribución de despensas del Estado de México, apoyaba a mi esposa, ella es la encargada… Estuvimos haciendo entregas, creo que ahí nos contagiamos. Vinimos juntos pero a mí me mandaron a casa porque iba a mejorar, pero sólo empeoré y regresé”.
“Ella estuvo 16 días aquí” -cuenta Gabriel a Notimex, al borde del llanto-. “Somos muy creyentes, cuando salga vamos a orar juntos, con nuestros hijos”.
El silencio es inusual en el cuarto, siempre hay gritos pidiendo apoyo en los pasillos; el pitido de los monitores, algunas risas y enfermos vacilando en su tiempo libre, pero hoy Pato se retira, y eso lo tiene sumamente emocionado, mientras que sus compañeros están prestos a despedirle, con la ilusión de ser ellos los próximos en partir.
De pronto, el sonido de un inspirómetro, también conocido como ejercitador pulmonar respiratorio, irrumpe abruptamente. Se trata de Edgar, el dueño del objeto de plástico, con pelotitas al interior, quien lo usa para fortalecerse después de 10 días internado.
Alicia Flores Martínez, enfermera adscrita a la unidad topoquirúrgica, ahora labora en medicina interna del área de recuperación de pacientes COVID-19 por reconversión del Hospital Juárez de México; entra a la habitación -con todo el equipo de protección personal- concentrada en su trabajo. Por momentos brinda palabras de aliento para animar a sus pacientes.
El monitor a lado de Edgar emite un sonido de alarma, “anuncia que disminuye la saturación o hay alteración en la frecuencia cardiaca; se rebasan los parámetros establecidos y avisa que algo está pasando”, dice Alicia, quien con calma, le coloca el catéter en el brazo derecho, que ya muestra algunos hematomas por las agujas.
Edgar está próximo a ganar la batalla, pues él mismo explica que entró grave. “Ya no podía respirar, me dijeron que me iban a intubar si no le echaba ganas… Lo hago por mis niños”.
Toma una caja de la mesa y saca fotos que le han enviado el pequeño Santiago y Xiadani. “Papi yo sé que eres fuerte y que vas a salir adelante, diario vamos a estar escribiéndote, quisiéramos verte pero no se puede”, se lee al reverso de una de las imágenes.
Alicia también tiene una hija pequeña, de 10 años, y teme por su salud, por lo que vive aislada durante la pandemia. “A algunos los acercó más a su familia porque tienen que estar en casa, pero a nosotros, al personal médico, nos ha alejado de quienes queremos”, comenta, mientras otro enfermo pide ayuda para comer.
En la habitación hay lugar para seis pacientes; por turno hay un enfermero o enfermera, en ocasiones dos, dependiendo la ocupación. Por ahora hay espacios en esta sala para personas que vayan ganando la lucha contra el nuevo coronavirus y que estén casi listos para la “nueva normalidad”.
Para Edgar y Gabriel, transcurre un día más de espera, mientras observan la primera paloma que se para en su ventana en cuatro días.
En medio de orinales, botellas de agua, agujas, sueros y medicamentos sobre las pequeñas mesas del área donde son atendidos, comentan entre ellos todas las atenciones recibidas.
Hablan de la atención y la ayuda que les han brindado y también de su aprendizaje. Pronto le contarán la experiencia a sus parientes, y próximamente representarán un número positivo en las estadísticas diarias presentadas por el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell.
Aquí están, los que casi se van, al reencuentro con los suyos, en la nueva normalidad.