La pobreza, la falta de trabajo, la violencia, el complicado acceso a la salud y el sueño de vivir una vida digna son algunas de las principales causas que motivan la movilidad de personas de un país a otro, un fenómeno que se extiende desde Centro y Sudamérica con dirección a Estados Unidos.
Migrantes recaban dinero, contactos y sueños; los acomodan en pequeñas mochilas antes de emprender un viaje. Pero lamentablemente, no todos terminan bien, pues se han documentado diversos accidentes y vejaciones que van desde cobros de autoridades en aduanas y estaciones migratorias, hasta violaciones, desapariciones o la misma muerte.
Sabedores de los peligros que los acechan, migrantes emprenden el camino desde países como Venezuela, Ecuador, Haití, Honduras, Guatemala, Colombia, Cuba y Honduras, sólo por citar algunos casos. En Nación321 recabamos algunos de los relatos contenidos en el material testimonial “Dejarlo todo atrás”, de La Red Eclesial Latinoamericana y Caribeña de Migración, Desplazamiento, Refugio y Trata de Personas (RED CLAMOR), para hacer un recorrido por las dificultades que enfrentan los migrantes desde que salen de sus casas hasta sus destinos.
Por su posición geográfica, México es un paso obligado por todos los migrantes que vienen desde Centro y Sudamérica en su trayecto con destino a Estados Unidos. Si el tránsito por los países de esa región es complejo, en nuestro país se documentan cualquier suerte de atrocidades aplicadas lo mismo por autoridades migratorias que por grupos de la delincuencia organizada.
MUJERES, BLANCO DE VIOLACIONES
Karina, una migrante proveniente de Centroamérica narra el infierno que sufrió con autoridades mexicanas a su paso por Coahuila. "Tres agentes de migración nos pararon en Torreón; uno se subió al autobús y nos bajó, pero el guía se quedó adentro.
"Agarraron al muchacho y lo metieron a la perrera (un móvil enjaulado para traslado de migrantes), al vagoncito de seguridad, y a mí me dejaron afuera, me tuvieron como 40 minutos de pie, les mostré los documentos del MPP (Protocolos de Protección al Migrante [MPP], por sus siglas en inglés) y las fotos de los niños (que la acompañaban", detalla.
En ese momento no se imaginaba el terror que estaba por sufrir, pues uno de los agentes "se acercó y agarró mi teléfono, vio las fotos de mis hijos y además se tomó el atrevimiento de ver toda mi galería. Empezó a hacer insinuaciones, a decir yo era bonita, yo le pedí que dejara de ver las fotos porque eran mías, pero empezó a decir que si me quedaba con él no me iba a pasar nada y podía seguir mi rumbo".
"No lo podía creer y no entendía a qué se refería, incluso amenazó con regresarme a Honduras si no me quedaba esa noche con él, entonces cedí. Los otros muchachos lo ayudaron a conseguir una patrulla de Migración, andaba uniformado, pero no llevaba placa", narra.
Con miedo pero con la necesidad de continuar el rumbo a lado de los menores de edad, la mujer explica que lo acompañó: "Era de madrugada y anduvimos dando vueltas buscando un hotel, llegamos a uno muy lujoso en Torreón, me quitó el teléfono y puso llave al cuarto".
El tormento lejos de su casa había comenzado. "Le pedí que se pusiera un preservativo, pero sólo se echó a reír, yo me puse a llorar, pero no le importó” y la agredió sexualmente, relató en 2022.
Cada vez es más común que mujeres migrantes lleguen al país, varias de ellas acompañadas de sus hijos. Al menos así lo dio a conocer Nadine Gasman Zilbermann, presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), quien el año pasado reveló que en los primeros 6 meses del 2023, México percibió un incremento de hasta 43% de mujeres respecto al año inmediato anterior.
El cruce del país y su situación de vulnerabilidad hace a las mujeres migrantes el blanco de violaciones y agresiones sexuales. Como el caso de Brenda, una hondureña quien recuerda que "antes de que entregaran a mis hijos, pasé 18 días sin saber de ellos, conseguí un 'coyote' para cruzar rodeando por McAllen, él nos llevó a unas bodegas por una ciudad que se llama Camargo, en Reynosa".
Relata que "estuvimos ahí 7 días, había muchas personas en esa bodega, pero con el tiempo se iban yendo e íbamos quedando menos, al final éramos tres mujeres, una guatemalteca y dos hondureñas. Un sábado por la noche las personas que cuidaban la bodega empezaron a embriagarse y el domingo despertamos hasta la una de la tarde y ya solo éramos la guatemalteca y yo".
Lamenta que "esos tipos nos drogaron, nos pusieron algo en las bebidas; no supimos qué pasó, pero cuando despertamos fue una pesadilla, la otra chica (…) [tenía] su ropa rasgada y su cuerpo marcado. Yo regresé a Reynosa, al albergue de la Plaza de las Américas, estaba en shock y pasé más de 20 días sin hablar con nadie, cuando supe de mis hijos volví en mí”.
NIÑOS Y HOMBRES TAMBIÉN PADECEN
A su paso por nuestro país, algunos migrantes encuentran condiciones complicadas no sólo de movilidad, sino también para lograr una estancia cómoda y humana.
Como Ana, quien explica que en la Ciudad de México tuvo que ver cómo obtener recursos para alimentarse a ella, a sus hijos y pagar una renta en un lugar en el que sus hijos corrían peligro.
Comenta que en la CDMX “me fui a rentar un cuarto, pagaba 400 pesos al mes, era de muy mal vivir, ahí dormíamos en el piso, mis hijos ponían cada uno su cabecita sobre una de mis piernas. Yo a veces dormía sentada, nuestras mochilas eran nuestras almohadas".
Dice que encontró "trabajo como mesera en un bar, así podía cuidar a los niños de día y trabajar de noche, los dejaba durmiendo, encerrados bajo llave todos los días. De ese cuarto tuve que salir porque había personas que vivían cerca e iban a tocar la ventana y la puerta cuando mis hijos estaban solos”, lo que suponía un potencial y constante peligro para los menores de edad.
Las dificultades no sólo están presentes en autoridades, 'polleros' y grupos del crimen organizado. La ruta, el camino, por sí mismos, son un suplicio a los que muchas personas se enfrentan cuando salen de sus países de origen. Algunos tienen que caminar más de 60 kilómetros en un día... sedientos, cansados, rotos por la travesía.
Pablo cuenta que él y su hermano “ingresamos a México por nuestra cuenta, entramos por el Ceibo (frontera de México con Guatemala), después de haber sido asaltados por personas locales. Caminamos una noche 62 km, rendidos del cansancio y del sueño, tras una herida que sufrió mi hermano en el pie, ya que estábamos descalzos porque perdimos los zapatos en la entrada a Guatemala".
Recuerda que "caminamos el Ceibo en chancletas, mi hermano se enterró una estaca en el pie y caminábamos más lento. Al día siguiente Migración nos tomó por sorpresa y nos llevaron a las instalaciones. Allí vimos un cartel que dice que 'si tu vida corre peligro puedes solicitar ayuda o refugio', pero las autoridades de migración no nos permitieron hacer la solicitud", una constante en el trato de autoridades a migrantes.
Adrián, un joven salvadoreño cuenta que la mala alimentación es también uno de los viacrucis que deben recorrer. “En el camino, principalmente en las fronteras de México había mucha gente de otros países: haitianos, cubanos, nicaragüenses, y me encontré con un grupo de personas que iban camino hacia Estados Unidos, eran como 60 personas de diferentes nacionalidades, como 20 éramos centroamericanos, la mayoría nicaragüenses, pero todos se dirigían a Estados Unidos.
Dice que "no tenía planeado a donde llegar, mi única visión era salir y alejarme lo más que pudiera de El Salvador, y fue lo que hice. Con ellos comprábamos galletas María y unas galletas que son como un rollito y nos las dividíamos, porque casi nadie llevaba mucho dinero y no podíamos gastar lo poquito que teníamos. Comprábamos mucho esas galletas cuando llegábamos a los pueblos y ese era nuestro desayuno, almuerzo y cena".
Rememora "que en una ocasión tuvimos que caminar por la montaña, era un cerro para cruzar hacia otro estado. Tuvimos que caminar casi una hora. La montaña era muy empinada y delante mío iba una chica colombiana embarazada y en un punto ella se dio por vencida, no podía seguir, pero si ella se detenía también se detenían todas las personas que venían detrás. Yo la empujaba y le decía 'vente con nosotros, no te quedes', entre tres personas la ayudamos a subir, fue algo muy difícil porque ella misma decía que 'ya no tenía fuerzas' y eso nos daba fuerzas para querer sacarla".
LLEGAR, PERO TENER QUE REGRESAR
Luego de sufrir extorsiones, malos tratos, desapariciones, golpes, hambre, sueño, cansancio, violaciones y demás vejaciones, algunos logran arribar a Estados Unidos, donde la ley migrante se endurece año con año y ahí no todo tiene recompensa, pues a veces es donde se topan con una cruel realidad: sobrevivir a tanto y ver que fue para 'nada'.
"En 2019, logré irme a Ciudad Juárez y de ahí logré cruzar a Estados Unidos, pero fue en vano porque iba solo y ya era mayor de edad, entonces no me dieron oportunidad de quedarme. Crucé solo a Estados Unidos y estando en Migración me llevaron a las hieleras, ahí me tuvieron seis días detenido", platica Juan.
"Después me mandaron para el estado de Luisiana donde iba a pasar un proceso, me dejaron citado y me pusieron un grillete en el pie. Cuando salí de migración me fui con unas amistades durante un mes, ellos también estaban arreglando sus papeles. Me dejaron una cita para el 11 de abril, en esa fecha me presenté con los oficiales del ICE, pero ellos dijeron que no tenía oportunidad de quedarme y decidieron que iban a deportarme a mi país", recueda.
"Me tuvieron en la prisión federal Covington, después me llevaron a otra que se llama Pine Prairie y la última en la que estuve fue la prisión de Alexandria, la que está en el aeropuerto. En total fueron doce meses en prisión en Estados Unidos antes de retornar a El Salvador. Cuando me deportaron, me subieron a un avión, iba esposado de manos y pies y hasta que llegué a El Salvador me soltaron.
"En el avión éramos solo personas adultas, todas esposadas de manos y pies. Me sentía como si fuera un criminal. Llegué de nuevo a mi país, allá me recibió mi familia, pero ya no estaba a gusto porque la situación es muy difícil para nosotros los jóvenes, corremos el riesgo de que las pandillas nos quieran forzar a estar con ellos”, dice.
El viaje migratorio es complejo, peligroso y hasta mortal y la situación no tiene esperanza de mejorar, por lo que los casos inhumanos en contra de migrantes siguen siendo insignia de una crisis humanitaria que sigue sorprendiendo por su crueldad.
Fuente: Dejarlo Todo Atrás, de la Red Eclesial Latinoamericana y Caribeña de Migración, Desplazamiento, Refugio y Trata de Personas (RED CLAMOR), una publicación que recopila los testimonios de personas, de octubre de 2021 a febrero de 2022, que han tenido que huir a causa de la violencia, la persecución, la discriminación, y falta de oportunidades.