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Fernando Dworak: Arte y propaganda

Arte y propaganda.La política se apoya de diferentes elementos para logar sus cometidos y el arte es uno de ellos
(Cuartoscuro)

Desde hace un tiempo, ha vuelto la discusión sobre si hay obras de arte que persiguen una agenda política, desde el espantapájaros discursivo que se le ha llamado “wokeismo”, la afiliación comunista de los principales muralistas mexicanos, hasta la llamada “ideología de género”. ¿Cómo tomar esto, si lo que más deseamos en estas fechas es desconectarnos del mundo, leer una buena novela, escuchar algo de música o ir a una exposición?

La respuesta rápida la escribió George Orwell hace ya mucho tiempo: “todo arte es propaganda, mas no toda la propaganda es arte”. Desde que existen estructuras sociales complejas, quienes han detentado el poder se han preocupado por genera discursos, imágenes y percepciones que apuntalen su legitimidad, siendo el arte una herramienta central.

Por ejemplo, en el antiguo Egipto las esculturas de los faraones lucen idénticas, pues se trataba de dar lo que llamaríamos hoy una “imagen corporativa del poder”: barba, mirada hacia el frente, báculo y látigo, como símbolos universales. La única excepción, también por razones políticas, fue Amenhotep IV, más conocido como Akhenatón, y su intento por alterar las estructuras políticas y religiosas con la introducción del monoteísmo. Al hacerlo, permitió que se le presentar con rasgos exagerados y fisonomía andrógina. Al fracasar el experimento, la propia casta sacerdotal hizo lo posible por borrarlo de los registros históricos, mientras volvían a los viejos cánones.


En breve, el poder siempre ha apoyado a artistas para implantar su propia legitimidad a través de la literatura, la escultura, la arquitectura, la pintura y la música. Por ejemplo, Pericles encargó a Fidias grandes esculturas y templos para mostrar la gloria de Atenas, Augusto fue mecenas de Virgilio mientras escribía la narración mitológica de la creación de Roma, los esfuerzos por centralizar al estado francés con Luis XIV recurrieron a personas que implantaban una lengua “correcta”, como Moliere, y el propio Hitler tenía a su arquitecto de cabecera: Alfred Speer.

Incluso los grupos opositores a un gobierno siguen también sus cánones expresivos, denominándose a través de términos como “alternativos” o “de resistencia”. Claro está, de llegar al poder se convertirán en oficiales, imponiendo como política sus imágenes y obras y reglas. En breve toda expresión artística tiene una fundamentación política, parafraseando a Orwell.

En sus esfuerzos por implantar modas y estilos, los regímenes han establecido reglas sobre lo que es correcto o no. La persona que mejor expresó esto, para mi gusto, fue Frank Zappa: “les diré qué es la música clásica para los que no lo sepan. La música Clásica es una música que fue escrita hace mucho, mucho tiempo, por un montón de gente que hoy está muerta. Y fue hecha según fórmulas, tal como los cuarenta principales de hoy. Para considerar a una pieza como clásica, debe sujetarse a los criterios académicos que se hallaban vigentes cuando se creó […]. Creo que la gente tiene derecho de ser entretenida y divertirse. Quizá sea bueno para su salud mental si perciben desviaciones de la norma clásica”.

Si toda obra de arte es propaganda, lo peor que podríamos hacer es deslegitimarla, atacarla, o incluso buscar prohibirla porque no coincida con nuestras visiones. Todo intento por hacerlo solo ha llevado a la exclusión de la otredad y, en casos extremos, al exterminio de la pluralidad política. En ese último caso se puede citar la clasificación que se hizo en la Alemania nazi del “arte degenerado”, colocando a todo lo que no siguiese cánones clásicos o para ellos, “arios”.

¿Significa que deberíamos negarnos de todo arte, para no contaminarnos de sus idearios? Sería la peor idea: eso implicaría no leer a Brecht por comunista, a Günter Grass por socialdemócrata, a Vargas Llosa por liberal, o incluso negarnos a leer a personas que alguna vez fueron filonazis como Louis-Ferdinand Céline o Knut Hamsun. O ni se diga de alabar o desacreditar obras que sirven de propaganda para sus feligresías como los murales de las iglesias o el muralismo mexicano, tan solo por nuestras creencias.

¿Qué hacer? Ejercer el juicio propio. Si entendemos los estilos creativos, tendremos mejores herramientas para entender las obras de arte y, a partir de ahí, ejercer nuestro muy personal criterio sobre lo que nos gusta o no. También hay una guía para distinguir la buena literatura de la propaganda pura y dura: ¿las obras reflejan las ambivalencias y contradicciones de la naturaleza humana en sus tramas, o presentan personajes unidimensionales, donde hay un final predeterminado y adivinable por ser bueno e irrevocable? Es ahí donde podemos entender la segunda parte del aforismo de Orwell.

Por mi parte, les deseo que disfruten un buen libro, escuchen buena música o, si les queda aprecien una buena exposición en estos días de descanso. Mis mejores deseos a ustedes y las personas que quieren.

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