El pasado martes 7, Donald Trump anunció, entre otras cosas, que promovería cambiar el nombre de Golfo de México, a Golfo de América. Como muchas de sus declaraciones, puede sonar exagerada y podría parecer hasta chistosa. Sin embargo, la resignificación, que no el eufemismo, es una táctica de poder arraigada y explotada últimamente por gobernantes populistas.
La raza humana es capaz de abstraer todo tipo de conceptos a través de una convención sobre palabras y significados: el lenguaje. Gracias a éste, podemos comunicarnos gracias a las referencias comunes tejidas a lo largo del tiempo. De hecho, ha sido una labor de todo estado crear esas convenciones y regular lo que se debería entender como el “buen decir”, a través de diccionarios, reglas gramaticales e instituciones como academias de la lengua: a esto se le conoce como planeación lingüística, y es una herramienta central para la gobernabilidad.
En esta dinámica, los gobiernos pueden llegar a cambar términos por razones políticas. En su obra satírica Los últimos días de la humanidad, el escritor austriaco Karl Kraus elabora una escena donde una persona entra a un restaurante vienés en 1915, durante la Primera Guerra Mundial y lee el menú. Ve algunos platillos como “empanadas suculentas”, o “fideos canallas”, y le pregunta al mesero qué era eso. La respuesta: volovanes y fetuccini, palabras que habían sido prohibidas por ser de origen francés e italiano, países con los que el Imperio Austrohúngaro estaba en guerra.
Si eso les parece irreal, recordemos que en 2003 el gobierno de George Bush intentó renombrar a las papas francesas como freedom fries, pues Francia no colaboró en la invasión a Afganistán. Naturalmente, el nombre no pegó.
¿Qué se necesita para que las palabras puedan resignificarse exitosamente? Que haya una persona a quien una mayoría le atribuya la facultad de nombrar. En su libro Cultos. El lenguaje del fanatismo, la lingüista Amanda Montell explica cómo la creación de palabras y expresiones es una herramienta para tejer y cohesionar grupos de personas, pues tienen elementos que los distinguen ante la sociedad en su conjunto. Bajo este principio, se explican movimientos políticos, sectas religiosas o hasta agrupaciones de ciertos deportes como el crossfit. Así, la definición o resignificación de las palabras es una herramienta fundamental de control para las respectivas figuras de autoridad.
Llegamos aquí al populismo. Si los liderazgos populistas se caracterizan por una imagen de autenticidad frente a la clase política tradicional, representando para una mayoría algo llamado “pueblo”, llegan a legitimarse e incluso ganar el poder al hablar como se esperaría que lo hace la gente común. De esa forma, al implantar palabras, pueden definir los marcos cognitivos en los que tiene lugar la discusión pública y pueden llegar incluso a controlarla por las emociones que movilizan.
Tanto en Estados Unidos como en México hemos tenido en Donald Trump y López Obrador a dos consumados maestros en esta táctica de poder, desde “crookedHillary” y “frijol con gorgojo” hasta “Gobernor Trudeau” y “fuchi, caca”, sus simpatizantes han abrazado esas expresiones, mientras sus detractores las repiten con sorna, ignorando que contribuyen a viralizarlas.
Moraleja: hay cosas en la vida pública que, aunque suenan desorbitadas, no deben desacreditarse de buenas a primeras.