El año pasado fui al concierto de un músico que ha tenido gran relevancia en la música contemporánea, aunque la mayoría no sepa quién es: John Cale. No solo es el único miembro activo de Velvet Underground, sino también se define como un compositor clásico interesado en rock y, como dato cultural, en los años setenta era tan disruptivo que el personaje Jason de las películas de viernes 13 se inspiró en sus actos escénicos.
Hasta que se anunció el evento, me había resignado a nunca verlo, aunque tenía claro que era tan excéntrico que no tenía idea de qué esperar en su concierto. Tal y como pensaba, hizo interpretaciones brillantes y completamente distintas de sus canciones, cantó Waiting for the Man ante el aplauso generalizado, pero estaba tan inconforme con el sonido que acabó a la hora y no quiso salir al encore. Claro, estaba con ganas de más, pero soy tan fan del personaje que entendí y aprecié el tiempo que estuvo tocando.
Ciertamente hay un público que adora a los artistas no por lo que hacen, sino por las expectativas que genera su personaje. Volviendo a los velvets, a mediados de los setenta Lou Reed estaba hundido en una gran crisis de adicción durante su gira del álbum Berlin, que apenas podía mantenerse de pie en los conciertos. Incluso se ayudaba poco ante públicos conservadores mientras fingía inyectarse heroína en su interpretación de, sorpresa, Heroine.
En todos los países que visitaba se decía que era el fin del cantante y que era una pérdida de tiempo irle a ver, salvo en Francia, donde fue ovacionado mientras hacía lo mismo que en el resto de su gira. La razón, el público francés desea que sus ídolos encarnen y vivan como las canciones que interpretan y en este caso, les brillaban los ojos cuando veían a un artista decadente viviendo los sórdidos escenarios que describía.
Sin embargo, a menudo nos identificamos tanto con las personas que crean arte, que tendemos a ver el mundo a través de sus canciones, novelas, películas o cuadros. De eso escribió alguna vez el escritor Neil Gaiman cuando conoció a Lou Reed, y comenzaron a planear un proyecto juntos. Después de mostrar su admiración al músico y la forma que llegó a vivir sus canciones, el autor fue describiendo el difícil trato durante las reuniones hasta que se dio cuenta que la relación podía llegar si deseaba mantener a Reed como amigo. Moraleja: nunca conozcas a tus héroes.
Además de ser fan de Cale y Reed, los libros, novelas gráficas y guiones de Gaiman han sido un gran referente para mi vida. Su visión de la mitología y su evolución, la invención de mundos paralelos para quienes caen por las grietas de la sociedad, sus bromas cósmicas o la capacidad de convertir historias maravillosas con extrapolaciones simples como el intercambio de estudiantes interplanetarios en lugar de internacionales, entre muchas otras cosas, han llegado hasta influir en la forma que percibo muchas situaciones.
En los últimos días han salido acusaciones graves y fundadas sobre sus perversidades privadas. Es algo deleznable y debe ser condenado no solo ante la tribuna de los medios, sino penalmente. Ante esto, no debería haber tibieza o selectividad: nadie debería ser intocable, sea quien sea.
Al aceptar esto, la pregunta es: ¿qué hacemos con su obra? En redes sociales hay quienes se sienten moralmente superiores porque nunca les gustó lo que escribía Gaiman, postura que considero mezquina. Igual bajeza reflejan quienes desean sicoanalizar a la persona a partir de su obra, especialmente cuando meten sus propios sesgos cognitivos, filias y fobias. Pero ¿deberíamos condenar a la obra junto a la persona?
La respuesta es difícil y dudo que haya una postura definitiva. Podemos admirar a artistas que son monstruosos, pero su obra nos ha movido, y la postura que adoptemos siempre será emocional. Especialmente cuando sus creaciones nos han marcado. ¿O será que lo que nos atrae es su monstruosidad?
Hace un rato leí un texto, donde se proponía quemar a la persona y, con el paso del tiempo, ver qué sobrevive de su obra. No sé cómo reaccionaré cuando salgan las últimas temporadas de obras suyas como Good Omens y The Sandman: muy probablemente las vea cuando salgan pues, como Gaiman decía, somos seres formados por historias. Poco a poco, conforme vaya pasando el tiempo, veremos hasta qué punto podremos separar a los delitos de Gaiman de sus obras, como hemos hecho con muchas otras personas creadoras e lo largo de los siglos.
Mientras tanto, queda el sinsabor y la decepción.