Uno de los grandes obstáculos para una discusión pública sana es la creación de frases que buscan, en su contundencia, imponer una verdad considerada absoluta mientras se acaba con cualquier cuestionamiento. Por ejemplo, desacreditar toda postura o grupo con el que no simpaticemos tachándolo de “fascista”, “comunista” o “secta”, por dar algunos ejemplos.
¿Qué se entenderá por la palabra “secta”? Es un término tan abierto y poco conciso, que incluso quienes estudian el fenómeno se cuidan de aplicarlo en vano. Al contrario, hay ciertos elementos comunes a cualquier grupo humano que, exacerbado, pueden llevar a conductas sectarias, aislacionistas e incluso, cuando un liderazgo lo instruye, a la autoinmolación – pero esos son casos extremos e incluso raros.
Incluso hay ciertos elementos, que según algunas personas usan para definir a las sectas, que son habituales a la mayoría de las organizaciones. Por ejemplo, la adopción de expresiones o palabras que distinguen a una agrupación de otras, lo cual existe desde clubes deportivos, pasando por movimientos políticos hasta sectas religiosas. También hay adhesiones a algunos liderazgos, a lo cual dependerá su fuerza de la vinculación emocional entre éstos y quienes les siguen.
La dependencia emocional no dependerá solo de la fascinación que ejerce el liderazgo, sino de la idea de sentido que le da a quienes les siguen: puede ser un programa motivacional, una visión del universo o incluso una plataforma política. En este caso, se recurre a ideas como una edad dorada que es indispensable restaurar, la pureza de una comunidad o la pertenencia a un “pueblo”.
¿Dónde radica la posibilidad de radicalización? En las emociones: cuando se cree en algo, se pierde una cualidad indispensable para el ejercicio de la condición de ciudadanía: la capacidad para cuestionarlo todo, empezando por lo que nos gustaría creer. En este sentido, las personas que siguen a un liderazgo hasta el fanatismo no son tontas, como diría la propaganda. Más bien, son igual de inteligentes al resto de la gente: tanto, que van a dar muchas maromas mentales y saltos lógicos para desacreditar lo que choque con sus creencias, aun cuando sea cierto.
¿Se puede sacar a un fanático de su error diciéndole que es tonto o está equivocado? La experiencia ha mostrado que eso afianza a las personas en sus creencias. Al contrario, solo se les puede sacar de esa dinámica haciendo que su adhesión emocional disminuya, u ofreciendo algo igual de atractivo a lo que cree. En todo caso, se trata de administrar emociones, no de obligar a debatir. Y eso es igual tanto para los creyentes de la 4T, como los seguidores de MAGA e incluso los liberlocos y cualquier otra creencia extrema.
Hace unos días me topé con una página estadounidense que busca desarticular la adhesión emocional a MAGA, a través de compartir las historias de desilusión y mostrar a otras personas que no se trata de creer, sino de retomar valores democráticos: Leaving MAGA (leafingmaga.org). Lo que he visto en ese portal son narraciones cómo el trumpismo se asienta en el descontento, y la forma en que el liderazgo brinda unidad y sentido. Sin embargo, eso se va destilando en desilusión y, con ello, pérdida de sentido. Otro hilo: la necesidad de retomar una visión de comunidad y propósito común para, de esta forma y sin sectarismos, reconstruir una democracia.
Ojalá y aquí comencemos a contarnos, desde cada extremo, nuestras historias. Ciertamente habrá cosas que no queramos escuchar, pero así se reconstruyen los puentes de entendimiento que, también aquí, nos empeñamos en romper.