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Fernando Dworak: Lo prohibido es lo más sabroso

Narcocorridos.Este genero, no es el primero en sufrir intentos de censura o prohibición
(IG: PesoPluma)

Aunque no me gustan los narcocorridos, la polémica sobre su prohibición por parte del Estado me recuerdan los estigmas e intentos de censura que se le han tratado de aplicar a otros géneros que tuvieron orígenes marginales, como el rock.

Siempre ha existido una tensión entre un arte considerado oficial y un arte popular. Desde Till Eulenspiegel y El lazarillo de Tormes, pasando por The Beggar’s Opera de John Gray (luego adaptada como Die Dreigroschen Oper por Kurt Weil y Bertolt Brecht) hasta varios géneros de rap, hay una fascinación por la marginalidad y la vida al margen de la ley.

Eso ha hecho temor y recelo por parte de lo que podríamos llamar, a falta de otro nombre más adecuado “orden oficial”, que ha dado calificativos como “música del Diablo” al blues y después al rock. Eso ni ha acabado con los géneros ni su existencia ha corrompido a las sociedades: a lo sumo, ha llevado a reacomodos culturales, generacionales y de estilos de vida, pero la única constante es la evolución en las relaciones entre las personas.


También ha llevado a numerosas discusiones sobre dónde empezaría lo “culto” y lo “popular” en el arte, mientras ambas categorías llegan a entremezclarse y, a menudo, confundirse.

Algunos esfuerzos por prohibir expresiones musicales han caído en el absurdo y las teorías conspiratorias. A partir de los sesenta, circuló en grupos conservadores una leyenda urbana: los satánicos grupos de rock buscan pervertir a las juventudes con mensajes subliminales en sus canciones, las cuales se podían escuchar tocando los discos al revés. Incluso se decía que los más satánicos eran los Beatles.

¿Risible? El 3 de febrero de 1983, el Senado Estatal de Arkansas aprobó una iniciativa por unanimidad, exigiendo que todas las grabaciones que contenían grabaciones subliminales tuviesen una etiqueta de advertencia. Claro está, durante los setenta muchos grupos hicieron uso de esos mensajes como sorna contra derechistas que se ponían a buscar ese tipo de grabaciones.


Pero el mayor intento prohibicionista tuvo lugar en 1985, durante las audiencias del Comité del Centro Parental de Recursos Musicales (Parents Music Resource Center) del Senado de Estados Unidos. Formado a petición de las esposas de algunos senadores, organizaron varias audiencias para prohibir la música.

Quizás los legisladores se imaginaban que irían músicos rudimentarios, arrasados por sus adicciones y apenas coherentes. Sin embargo, los testimonios de músicos como Frank Zappa y Dee Snyder mostraron personas articuladas e intelectualmente sofisticadas que dieron una barrida a los legisladores.

Hay un montaje musical de Zappa, llamado Porn Wars Deluxe, que toma extractos de su audiencia, tanto propias como de algunos senadores, en ocasiones distorsionadas, cuyo efecto satírico es demoledor. ¿Y qué acabó pasando con esas audiencias? Se acordó que, a partir de ese momento, habría una etiqueta de disclaimer en cada disco de rock que usase expresiones altisonantes o tocara temas explícitos, lo cual incrementó exponencialmente las ventas de muchas bandas que, en realidad, tenían muy poco talento.

Una vez más, no soy fan de los narcocorridos, pero basta un poco de perspectiva para darnos cuenta de que no serán el final de la sociedad, ni nos llevarán al precipicio del declive moral. ¿Regular su prohibición? Es la mejor manera de convertir al género en una música de resistencia. ¿Puede hacer el Estado otras cosas? : fomentar, como lo ha hecho, ideas y cánones sobre las expresiones musicales que considera adecuadas. Sin embargo, a mediano plazo la lucha es inútil: tarde o temprano, los narcocorridos evolucionarán y otros géneros encarnarán esa idea de lo prohibido.

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