No sé si le pasó a usted, pero atravesé por serios dilemas éticos y hasta existenciales para definir mis votos. Incluso hubo un momento donde hasta desee que existiera la opción de vender uno o varios, pues eso me hubiera dado menos escrúpulos que elegir entre alguna opción. Aunque todavía no he votado por Morena y no está en mis planes de mediano plazo, estoy convencido que el voto de castigo también aplica para una oposición que fue omisa al entender su derrota en 2018 e inepta para inspirar una alternativa creíble y atractiva.
Lo peor es que todo esto estaba más que cantado desde 2019. Gobernantes como López Obrador ganan a partir del descontento hacia la clase política tradicional, presentándose como representantes de lo que llaman “pueblo”. Para legitimarse, tanto él como otros liderazgos llamados “populistas” requieren movilizar constantemente las emociones, sean de pertenencia al proyecto que representan o contra quienes se consideran enemigos del régimen. En este sentido, el tabasqueño es hasta un caso de manual.
¿Qué pudo haber hecho la oposición? Si su intención era recuperar el poder en el corto plazo, el primer paso era darse cuenta que todo combate frontal solo fortalece a quien maneja la víscera popular, dado que acaba reforzando los estereotipos que el gobierno busca implantar ante la opinión pública. Por lo tanto, el verdadero reto es ofrecer algo igual de atractivo a lo que presenta el ejecutivo, para seducir la imaginación popular. Sin embargo, es imposible llegar a ese punto si no se recupera la confianza de la ciudadanía. Y para ello, se debió empezar con un serio ejercicio de autocrítica. Ayudan en este proceso medidas como afianzar liderazgos locales, resignificar la función pública en los lugares donde todavía son gobierno y apostar por la rotación generacional.
Aunque la ruta es clara, los partidos hicieron justamente lo contrario. Por ello, no sorprende el resultado de las elecciones de 2024, salvo el amplio margen a favor de Morena, el cual confirma el fracaso de las tácticas opositoras a lo largo de este sexenio. ¿Qué pasó? Quizás las dirigencias de estos partidos prefieren morir en la línea de combate, dejando que sus partidos bajen del 3% de la votación, mientras sigan controlando candidaturas y prerrogativas. De ahí el voto de castigo del que hablaba al inicio del texto.
¿Se puede hacer algo? Pregunta difícil, aunque todo indica que, salvo la coalición de Morena se tambalee alrededor de 2026, van a ser testigos mudos. Además, existen dos riesgos en el corto plazo. El primero, que Morena copte a priístas y panistas al inicio de la próxima legislatura, para acabar de afianzar su mayoría. Eso es fácil si las dirigencias dejan de tener ascendente ante sus militancias. El segundo, la formación de nuevos partidos en 2025 que puedan desplazar a la oposición tradicional, al menos en el imaginario.
¿Podrán emprender ahora sí el necesario proceso de autocrítica? Igual y ya es tarde, pero no perderían gran cosa si lo intentan. Esto es, las militancias que sigan creyendo en esas banderas: los liderazgos ya sobran desde hace años.