¿Perdió Claudia Sheinbaum ante el PVEM por la aprobación de la reforma al nepotismo? En realidad, no y vamos por pasos. La propuesta para eliminar al nepotismo es una farsa: no prohíbe que una persona en cargos de elección designe otros cargos de manera patrimonialista, para empezar. Además, el nepotismo se puede exacerbar con la aprobación de otra parte de la iniciativa presidencial: la prohibición a la reelección inmediata de congresistas y autoridades municipales.
Para decirlo de otra forma, se puede decir que el nepotismo era el anzuelo para la opinión pública, distrayendo del objetivo verdadero de la presidenta Sheinbaum: centralizar el poder a través del control vertical sobre las carreras políticas. Tal y como hizo Calles en 1934, lo cual fue la piedra angular del control hegemónico del PRI por décadas.
Si hay grupos que controlan candidaturas de manera caciquil, la reforma en contra del nepotismo es simulación: basta con esperar un poco de tiempo y cuidarse de poner a una persona incondicional entre una persona y sus familiares. ¿Qué se necesita realmente para combatir el nepotismo? Justo lo contrario: estructuras partidistas horizontales, con competencia interna por cargos, de tal forma que los cacicazgos vayan perdiendo gradualmente ese control patrimonialista. Y eso implicaba a mediano plazo mantener la posibilidad de reelección inmediata, para que las personas comenzaran no solo a rendir mejores cuentas a través del desempeño, sino tejer una mayor presencia ante sus electorados.
Con esa reforma, además, no solo se fortalece a la llamada “partidocracia” por encima de la ciudadanía. También volvemos al eterno amateurismo en órganos legislativos y municipios, abonando además a la opacidad y la escasa, si acaso, rendición de cuentas. Lo peor: se ganó la imaginación con las mismas falacias que el PRI usó para justificar la no reelección y que fueron desacreditadas en 2014.
¿A qué se debe eso? Los demás partidos, incluida la oposición, vieron más conveniente dar marcha atrás con el proceso de democratización, pues les conviene a sus intereses. Esta es una gran contradicción para el PRI, el PAN y MC: pasaron el sexenio pasado realizando marchas, hashtags “pegadores” y demás actos reactivos para “defender la democracia”, para acabar quitándole a la ciudadanía un derecho político fundamental: juzgar a quienes nos representan a partir del desempeño.
Por eso se plegaron a los mitos y lugares comunes que divulgó el gobierno, en lugar de hablar de la rendición de cuentas. Incluso al PAN convenientemente parece habérsele olvidado que había sido campeón del tema desde 1963: ni un asomo a su historia, valores o principios ante el prospecto de seguir administrando carreras políticas para una camarilla, sus amistades, parentelas y querencias.
No solo eso: al aprobar el regreso a la no reelección, tanto el PRI, el PAN y MC se dieron un balazo en el pie. Si entendemos que el sistema de partidos colapsó en 2018, y que los actuales liderazgos opositores arrastran los estigmas de corrupción y conservadurismo que eficazmente les colgó López Obrador, la reconfiguración de los partidos hubiera sido mejor desde las localidades al centro, fomentándose la rotación generacional y la promoción de nuevas figuras más competitivas, con arraigo local. Eso se dificulta con cúpulas partidistas con mayor control sobre candidaturas y rotación obligatoria cada tres o seis años. Por eso también jugaron el juego de prestidigitación de Claudia Sheinbaum y aprobaron por unanimidad la propuesta.
Todo parece que la mejor opción para quienes no estemos dispuestos a votar por Morena serán el PT y el PVEM. Coincido: son todo lo malos que digamos son. Pero al menos son honestos con lo que buscan y sabemos de qué van – algo que no es la oposición.