El peor supuesto para diseñar instituciones es asumir que se puede eternizar un régimen. Eso es peligroso para una democracia, pues la soberbia puede llevar a ineficacia, pérdida de legitimidad y colapso. En sistemas autoritarios, la rigidez puede generar estabilidad en tiempos normales, pero llega a ser fatal en tiempos de crisis.
Para ambos supuestos, la modernización democrática de las instituciones es resultado de presiones por el cambio, toda vez que un arreglo termina beneficiando a un grupo de personas si no revisa continuamente – y no hablarán voluntariamente sobre cómo mejorar las normas. En todo caso, los procesos de revisión y cambio requieren de diagnósticos asertivos y escenarios de aplicación para anticipar adversidades.
Esto resulta importante si queremos discutir si Morena se convertirá en un nuevo PRI, ahora que está operando una serie de regresiones autoritarias, como la desaparición de órganos autónomos garantes de transparencia, las elecciones al poder judicial, y recientemente la eliminación del derecho ciudadano de juzgar a quienes nos representan a través de la posibilidad de la reelección inmediata.
Es una lástima que las justificaciones a esa reforma no hayan ido más allá de lugares comunes y mitos políticos que habían quedado desacreditados desde 2014: la no reelección fue el fundamento del control político del PRI por décadas, pues obligaba a toda la clase política a ser leales a quienes tenían control sobre la continuación de sus carreras: el Presidente, a través del partido.
¿Por qué el PRI, el PAN y MC aprobaron eliminar la reelección? Porque le convenía a un grupo de dirigencias anquilosadas, cuyo único mérito es controlar el acceso a recursos y prerrogativas. Además, la Presidenta Sheinbaum les dio un caramelo mediático: luchar contra el nepotismo, aunque la reforma es en realidad una vacilada.
¿Logrará Morena eternizarse en el poder, como hizo el PRI? Aunque esa ciertamente es la intención detrás de tanta retórica, hay algunos elementos que no cuadran. Primero: los guinda no tienen el entramado institucional que tenían los tricolores para garantizar la rotación de élites, por lo menos a nivel presidencial. Segundo: al no ser más que una colección de facciones, la no reelección puede darle más poder a los cacicazgos del que tenían en los tiempos del PRI, especialmente con la eliminación del llamado nepotismo. Tercero: el PNR se consolidó primero como un partido dominante, y de ahí quitó la posibilidad de reelección. Al contario, Morena puede ser el partido dominante, pero por varias razones permitió como socios menores, quienes comparten la misma narrativa, al PVEM y PT.
Aunque el PRI tuvo satélites, nunca les permitió tal condición de igualdad: primero los tricolores nombraban a su candidato presidencial, definían a sus cartas fuertes para el Congreso y de ahí abrían espacios para sus diversos socios. Al contrario, López Obrador les otorgó la igualdad en la narrativa de la sucesión, al reconocerse como “corcholatas” a Gerardo Fernández Noroña y Manuel Velasco Coello. Hoy, ambos institutos políticos afirman en su propaganda que ellos son también “4T”.
Ese giro es mucho más que retórico. Morena requiere de ambos partidos para tener mayoría calificada, y han hecho valer su precio en negociaciones importantes. Pero para mantener su valor, exigen cotos de poder, especialmente a través de candidaturas que les den bases electorales. Esa simbiosis le da legitimidad a Morena, pero a costa de espacios.
¿Qué puede suceder? Ya vimos el primer experimento en las elecciones de Coahuila en 2023: tras un accidentado proceso para la candidatura guinda al gobierno, Ricardo Mejía Berdeja renunció a Morena y fue candidato por el PT, quitándole votos a Armando Guadiana. Aunque el priísta Manuel Jiménez ganó por el 56.95% de votos, Mejía Berdeja logró 13.3% de sufragios ante el 21.39% de Guadiana.
Por el momento hay incentivos entre los tres partidos para mantener la unidad. Pero este triunvirato podría generarle costos a Morena si no consolida estructuras políticas claras que no dependan de caudillos. Si la dirigencia guinda pierde control y se desgasta ante la opinión pública, los morenistas pueden dar saltos laterales a partidos afines, especialmente si la oposición se mantiene inoperante.
A mediano plazo, el PT y PVEM pueden incrementar su poder de chantaje si la fuerza guinda decae o deja de ser creíble su discurso moral. En un escenario extremo, si Morena pierde el control de sus distintas facciones, cada socio del triunvirato puede competir por el poder, atribuyéndose la auténtica representación de eso que se llama “4T”.
Por eso es desaconsejable imitar arreglos que funcionaban en el siglo XX, en sociedades mucho menos complejas y entornos internacionales mucho más estables que hoy.