Alejandro Moreno: De minorías y megáfonos

Los partidistas, particularmente los duros, lucen más intolerantes hacia sus antagonistas
Los partidistas, particularmente los duros, lucen más intolerantes hacia sus antagonistas
Los frentes.Los partidistas, particularmente los duros, lucen más intolerantes hacia sus antagonistas
Nación321
autor
Alejandro Moreno
Director de encuestas de Nación321
2021-02-26 |06:56 Hrs.Actualización06:56 Hrs.

La discusión política hoy en día en nuestro país se caracteriza por una gran asimetría: cada vez hay menos partidistas en el electorado, pero sus voces son las que parecen pesar más en las redes sociales. Éstas sirven como megáfono para un cada vez más reducido pero intenso grupo de partidistas duros que, en buena medida, definen las discusiones. 

La disminución de partidistas ha sido bien documentada por las encuestas. En los años noventa, éstos representaban alrededor del 70 por ciento del electorado, bajaron al 60 por ciento en la primera década del siglo, y a poco más del 50 por ciento en la segunda década. Justo antes de las elecciones de 2018, los apartidistas los rebasaron en proporción, dejándolos como minoría. 

Quizás la tendencia hubiera seguido a la baja, excepto que el entusiasmo con Morena en esa elección reanimó los ánimos partidarios, extendiéndose a los primeros años de gobierno de López Obrador, aunque con dos limitantes: 

1) La gran mayoría de los morenistas en realidad son lopezobradoristas, por lo que la identidad estrictamente partidista es más baja. Según las encuestas de El Financiero realizadas a los largo de 2019 y 2020, del total de electores que se consideran morenistas, poco más de dos tercios afirman ser lopezobradoristas antes que seguidores del partido. Aunque haya traslape, hay que verlas como identidades políticas diferentes. 

2) Los partidistas no han vuelto a ser mayoría; los apartidistas lo son. En los dos últimos años, la proporción apartidistas ha rondado el 60 por ciento. 

Si a todo esto agregamos que entre los partidistas hay un segmento todavía más partidario, el de los electores muy partidistas o duros, ese segmento es todavía más pequeño, aunque también es más intenso políticamente. 

Las encuestas muestran que los partidistas suelen hablar más de política que los apartidistas. Según la encuesta de El Financiero realizada en la primera quincena de febrero, quienes dicen hablar mucho o algo de política con otras personas representan el 60 por ciento de los muy partidistas, el 45 por ciento de los algo partidistas, y sólo el 27 por ciento de los apartidistas. 

¿Qué tanto de esa conversación política se da a través de las redes sociales? Según la encuesta, menos de lo que quizás imaginamos: solamente 15 por ciento dijo que discute sobre política en sus redes. Sin embargo, la proporción de electores muy partidistas que lo hacen es el doble que los apartidistas. 

Además, los partidistas discuten con más pasión y vehemencia. Hace unos días analizamos aquí una pregunta sobre la actitud hacia la discusión y los desacuerdos políticos. Los muy partidistas son más propensos a querer convencer a los que no están de acuerdo con ellos y tratar de probar que están equivocados. Para los partidistas, las redes sociales son un campo de batalla política, y no es difícil darse cuenta. 

Pero también hay otro aspecto qué considerar: los partidistas, particularmente los duros, lucen más intolerantes hacia sus antagonistas. En la encuesta preguntamos si las redes sociales deben garantizar la plena libertad de expresión o restringir algunas ideas y expresiones. La gran mayoría, el 71 por ciento, estuvo a favor de garantizar la libertad de expresión, mientras que 21 por ciento prefiere algunas restricciones. Esta última postura es más alta entre los partidistas, lo cual podría leerse como una actitud de censura a ciertos puntos de vista contrarios. 

 


Este dato añade elementos para el análisis de nuestra multifacética polarización política actual, pero también invita a preguntarnos cuál sería el objetivo de regular las redes sociales. 

En 1675, el rey Carlos II trató de cerrar los coffee houses londinenses, esos espacios donde fluía la opinión pública y cuya comparación con las redes sociales de hoy es frecuente, debido a sus efectos “perniciosos y malignos,” y sus reportes “falsos y difamatorios,” particularmente contra la corona. No prosperó. A la postre, en esos ambientes de discusión evolucionaría una práctica que hoy conocemos con la frase “agree to disagree,” una premisa esencial para la vida democrática. Podríamos importarla, pero también es factible que esté evolucionando de manera natural en nuestro hábitat. Toma tiempo.