Hace unos días participé en un evento sobre las elecciones y la mesa que precedió a la mía tuvo a expertos juristas como ponentes. Sus participaciones me motivaron a improvisar algunas ideas que expuse ahí y que ahora pongo por escrito, las cuales plantean ver a las encuestas sobre intención de voto no solamente como un rasgo informal de los periodos electorales, sino como un componente formal del contexto institucional de la democracia.
Por lo que se escucha, las encuestas pasan por un momento de crisis de imagen. Eso no es nuevo, pero creo que la situación actual no se debe tanto a la práctica demoscópica en sí, ni a sus características metodológicas o a su desempeño, sino a los malos usos y abusos a las que están siendo sometidas en la narrativa diaria y al encuestocentrismo del discurso público. A pesar del invaluable papel que juegan en la vida democrática, las encuestas están siendo degradadas y trivializadas, por decir lo menos.
Por eso creo que es importante verlas como parte del contexto institucional. Las encuestas forman parte de las instituciones, toda vez que son realizadas y patrocinadas por organizaciones formales, por personas y grupos profesionales; tienen una reglamentación, códigos de ética y normas profesionales; juegan un papel informativo e, incluso, socializador; se diseminan a través de los medios de comunicación y tienen un impacto en la sociedad y en los actores políticos, por no decir en la cultura política en su conjunto. Las encuestas están previstas en nuestras leyes y en nuestros procesos democráticos. No son cosa menor, por más que se les trivialice.
Como instituciones, las encuestas pueden y deben cumplir una labor informativa e, incluso, educativa. Además, también tienen una función de empoderamiento ciudadano. Este último se da en la medida en que las encuestas miden y articulan las voces ciudadanas de manera adecuada, reflejando la pluralidad social y ofreciéndonos la oportunidad de conocernos mejor como sociedad.
Como instituciones, las encuestas deben buscar el beneficio social, desincentivar las malas prácticas y la corrupción, apegarse a principios científicos, técnicos y procedimentales de calidad, y cumplir con su labor de información democrática, de transparencia, estar sujetas al escrutinio y rendición de cuentas, con apego a la legislación vigente, así como a las normas establecidas por las asociaciones profesionales.
Como instituciones, las encuestas deben ser capaces de superar los abusos a los que son sometidas, de ganarse el respeto y el apoyo ciudadano, y de preservarlo.
Como instituciones, las encuestas deben contribuir al desarrollo democrático. Los encuestadores pioneros que desarrollaron los métodos de entrevista y de muestreo probabilístico hace casi cien años estaban convencidos del papel democrático de las encuestas científicas. Esa convicción debe encontrar nuevamente eco hoy, aquí, y entre las nuevas generaciones, quienes tienen la oportunidad de seguir construyendo y viviendo la democracia.
Como instituciones, las encuestas significan continuidad, estabilidad, mejoramiento, transparencia, un bien público, transmisión de conocimientos y registro histórico.
Como instituciones, las encuestas también significan poder, libertad y su respectiva responsabilidad.
Como instituciones, las encuestas implican el reconocimiento de derechos, incluidos el derecho a opinar, a disentir, a ser mayoría, a ser minoría, a expresarse, a protestar, a exigir, a aceptar, a tolerar, a coexistir.
Como instituciones, las encuestas no deben excederse en su funciones ni prestarse a la desinformación ni a la diseminación de falsedades.
Como instituciones, las encuestas son un contrapeso para los liderazgos que pretenden hablar a nombre del pueblo, de la gente, de la ciudadanía. Las encuestas sirven como un control, un check, a la integridad electoral, pero también a la narrativa política.
Como instituciones, las encuestas deben evolucionar y adaptarse al cambio social y tecnológico, de manera que cumplan a cabalidad con las expectativas que se tienen de ellas.
Si vemos a las encuestas como parte del marco institucional, quizá podamos respetarlas, valorarlas, exigirles y beneficiarnos de ellas de la mejor manera posible, no sólo como individuos o grupos, sino como sociedad.
Queden ahí estas ideas como parte de mi improvisación aquel día, pero también como una provocación para revalorar la labor demoscópica y su función democrática hacia adelante, sobre todo ante su degradación y su trivialización actual. A las encuestas, como a las instituciones, hay que fortalecerlas, sobre todo si queremos que sigan teniendo un papel informativo y de certeza ante la incertidumbre de la competencia política electoral.