Las otras protagonistas de esta temporada, junto con las figuras presidenciales, han sido las encuestas, y particularmente las encuestas políticas de carácter partidista, las que se planearon y diseñaron para definir las candidaturas a la Presidencia.
A diferencia de las encuestas periodísticas, las encuestas políticas de decisión no son consultivas sino ejecutivas. Sus resultados no orientan, deciden.
Los partidos políticos han incorporado esas metodologías no para asistir sus decisiones, sino para tomarlas por ellos, en el mejor de los casos. Hay quien piensa que los sondeos se usan para darles una apariencia científico-metodológica-democrática a decisiones cupulares ya tomadas.
Las encuestas de los partidos son una especie distinta al resto, no sólo por su naturaleza ejecutiva, sino también porque sus resultados deben tomarse como una sentencia final, como si fueran elecciones internas, pero sin los riesgos de éstas.
En elecciones democráticas, el principio ideal es que quien gana por un voto gana la elección. Pero en una encuesta se debe ganar por una diferencia mayor al margen de error, por varios puntos, para que no haya dudas ni reclamos.
Ya en otras ocasiones he planteado que las encuestas no suplen ni deben suplir a las elecciones, ni a los plebiscitos, ni a las consultas constitucionales, pero ya están reemplazando a las elecciones internas en nuestro país.
Para los partidos, las encuestas resultan menos costosas, menos desgastantes, menos inciertas y menos riesgosas que las elecciones. Además, les permiten a los líderes políticos tener más control, a la vez que más opacidad y más discrecionalidad. Será necesario que un comité internacional de expertos las evalúe y emita recomendaciones sobre si son buenas o malas prácticas, y a qué criterios de transparencia deben sujetarse.
Por lo pronto, permítame plantear una paradoja. Las encuestas aportan a la vida democrática de varias maneras, una de ellas informando al electorado de las preferencias de sus conciudadanos; pero es muy probable que las encuestas políticas de decisión de candidaturas resulten poco democráticas.
Como método científico, las encuestas permiten inferir lo que piensa, siente o prefiere el electorado en su conjunto a partir de una muestra relativamente pequeña de éste.
Pero como método político, las muestras pequeñas de las encuestas resultan excluyentes, privan a la gran mayoría de ciudadanos de participación política y no abonan al empoderamiento democrático. Qué paradoja.
La candidatura de la ‘4T’ la decidirán 12 mil 500 personas encuestadas por cinco empresas. Las metodologías las podemos apreciar o cuestionar y ya habrá tiempo de evaluarlas ex post (hay mucho qué decir), pero parecen un asunto secundario ante los aspectos políticos: con los sondeos se restringe la participación y se exige como condición a los jugadores que acepten resultados como si fueran invariables y definitivos, sin importar que las encuestas, por su naturaleza muestral y técnica, arrojan resultados variables, inciertos y sujetos a error.
La candidatura del Frente opositor debió resultar de un método mixto que combina una encuesta nacional y una elección interna. En la encuesta se expresaron unas 3 o 4 mil personas (el Frente no dio a conocer el número), mientras que en la elección podrían haber votado cientos de miles. No obstante, éstos tendrían el mismo peso que la encuesta de 3 mil. Nada justifica esa falaz disparidad.
Peor aún, tras la declinación de Beatriz Paredes en el Frente, el ejercicio de elección se canceló y la encuesta asumió 100 por ciento del peso, dejando la selección de la candidata presidencial, Xóchitl Gálvez, en voz de una muestra pequeña de personas encuestadas.
Los partidos han pasado por una crisis de confianza y de credibilidad por varios años. Sus métodos de selección en esta temporada, lejos de contribuir a la democratización partidista, lejos de construir vínculos de representación política con la ciudadanía, parecen ir en el sentido opuesto.
Falta poco para conocer el desenlace del proceso de la ‘4T’. Las encuestas de El Financiero han documentado una gradual reducción de la confianza ciudadana en las encuestas que usa Morena como método de selección de candidatos. Además de ese, hay que ir haciendo un recuento de posibles daños a la práctica y reputación de las encuestas luego de estos usos políticos.