El rumor es uno de los componentes más antiguos de la opinión pública.
La ciudadanía democrática se beneficia de información válida, confiable y verificada, pero, a veces, predominan las especulaciones, las aseveraciones sin sustento, las creencias erróneas, las noticias falsas.
Cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo una recaída en Yucatán hace algunos meses, los rumores no faltaron. Se hablaba desde un desmayo hasta un infarto. La pronta recuperación del mandatario disipó la incertidumbre, pero el episodio ilustra lo rápido que puede prender el fuego de la desinformación.
El huracán Otis también avivó rumores. Se viralizó una grabación de un hombre que reportaba el cierre de acceso a la ayuda civil para el puerto y abusos de las Fuerzas Armadas. La secuela de rumores generó la impresión de que la sociedad no podía enviar ayuda o, si lo hacía, era a riesgo de etiquetarse como si fuera del gobierno.
¿De dónde surgen los rumores? ¿Qué papel juegan? ¿Quiénes les creen? ¿Qué tan dañinos pueden ser? ¿Qué se puede y qué se debe hacer al respecto?
Todas esas preguntas las plantea Adam J. Berinsky, profesor de ciencia política en el MIT, en un nuevo libro titulado Political Rumors: Why We Accept Misinformation and How to Fight it (Princeton University Press, 2023).
El autor sostiene que los rumores y la desinformación “contaminan” el ambiente político y tienen efectos nocivos en la vida democrática, pero destaca que juegan una función política para quienes los crean y los difunden.
Coincidí con Adam como estudiante en el doctorado en ciencia política en la Universidad de Michigan hace ya algunos años, y he seguido sus diversos libros sobre opinión pública. En este nuevo analiza encuestas y realiza experimentos sobre los rumores, y cómo estos propician un ambiente de desinformación y engaño que, si bien no es un fenómeno nuevo, han tomado tonos y alcances diferentes en la era de internet y redes sociales.
Los rumores consisten en propagar narrativas falsas, hechos alternativos, afirmaciones sin sustento o francas mentiras. Su transmisión, como en otros aspectos de la opinión pública, enfrenta asimetrías importantes: llegan a ciertos públicos más que a otros, algunas personas las creen más que otras, y el partidismo influye en una aceptación selectiva: los rumores que afectan a políticos de un partido los creen más los seguidores del partido contrario.
El martes pasado, El Financiero publicó una encuesta nacional sobre las secuelas del huracán Otis en Guerrero. Aprovechamos para preguntar sobre los rumores, a ver qué proporción de la ciudadanía los cree o no, y quiénes los creen.
De inicio, 55 por ciento de personas entrevistadas dijo que la información que fluía sobre el huracán Otis era confiable, mientras que 33 por ciento afirmó que predominaba la información falsa. El 13 por ciento restante se mostró incierto.
A pregunta específica de si considera que es cierto o falso “que el Ejército confisca la ayuda enviada a damnificados por el huracán”, 32 por ciento dijo cierto, y 59 por ciento, falso, mientras que 9 por ciento manifestó incertidumbre con una respuesta “no sabe”. La mayoría de la población entrevistada rechazó esta aseveración; es decir, no aceptó el rumor.
El rechazo fue más amplio entre morenistas y la aceptación del rumor más marcada entre oposicionistas. La balanza la inclinaron las personas apartidistas, que, en su mayoría, consideraron la aseveración como falsa.
Al preguntar si es cierto o falso que el gobierno o el partido gobernante le ponen su logo a la ayuda enviada por civiles, la aceptación del rumor fue un poco más amplia, 40 por ciento, pero el rechazo se mantuvo mayoritario, con 51 por ciento.
En este asunto, la división partidaria se mantuvo, pero el segmento apartidista dividió opiniones. El cierre de acceso a la ayuda no fue tan creíble, pero el manejo electoral de la ayuda sí.
Los rumores son parte del ecosistema informativo. Habrá que estar al pendiente de los que fluyan en esta temporada electoral.