“Todavía estamos rodeados de emperadores romanos”, nos dice la clasicista británica Mary Beard, en su reciente libro sobre el legado de los césares en los símbolos de poder hasta nuestros días. (Twelve Ceasars: Images of Power from the Ancient World to the Modern, Princeton UP 2021).
En ese tenor, no faltaron las voces críticas que compararon a la marcha de AMLO del 27N como una reedición de los antiguos triunfos romanos, pero no los que otorgaba el Senado bajo la República para reconocer las proezas militares de sus generales, sino los que se hacían en la época imperial, desplegando el poder del Estado para reconocer únicamente al jefe máximo, sin importar quién haya ganado sus batallas.
Por exagerada que parezca esa apreciación, la marcha del 27N fue un evento importante de demostración de apoyo a AMLO, que tiene derivaciones no sólo para la propaganda política, muy natural en la vida partidaria y de gobierno, sino incluso para construcción de mitos, estrategia que tanto usaron los césares desde Augusto. La fotografía aérea de un AMLO reluciente, en blanco, en medio de la multitud, tomó un carácter mítico.
También hay un paralelismo con la conquista del espacio público: la marcha ciudadana del 13N para defender al INE y rechazar la reforma electoral de AMLO conquistó la avenida Reforma cual ejército de tribus bárbaras entrando a Roma. El Presidente lanzó la contraofensiva para reconquistar ese espacio del pueblo que, original y paradójicamente, es la avenida imperial delineada en tiempos de Maximiliano.
La marcha del 27N se compuso, en su gran mayoría, de simpatizantes, seguidores y partidarios de AMLO y su movimiento: el pueblo, según la retórica de la 4T. En contraste, la del 13N tuvo una fuerte presencia de la clase media.
Veo probable que con la visión oficial sobre los públicos asistentes a las marchas del 13N (“ellos”, “los pocos”, “los 12 mil”) y del 27N (“nosotros”, “los muchos”, “los 1.2 millones”) se haya reforzado la tribalización de la política mexicana actual, es decir, la polarización.
Abro un paréntesis cinematográfico: (en la película Gladiador, cuando el emperador Cómodo, interpretado por Joaquín Phoenix, celebra su regreso triunfal a Roma, un senador le dice que sus leales súbditos le dan la bienvenida. Cómodo le responde: “Gracias, Falco, y respecto a los leales súbditos, espero que no hayan sido demasiado caros”). Una pregunta relevante de la marcha del 27N no es sólo cuántos asistieron, sino cuánto costó el evento.
Regreso a la pregunta: ¿acaso las marchas contribuyeron a profundizar la polarización?
Veamos qué nos dicen las encuestas. La encuesta nacional de El Financiero realizada el 25 y 26 de noviembre preguntó la opinión sobre ambos eventos. Las dos marchas dividieron opiniones: la del 13N en defensa del INE tuvo una aprobación de 48 por ciento y una desaprobación de 45 por ciento. La marcha de AMLO del 27N tuvo la aprobación de 45 por ciento justo antes de llevarse a cabo, y una desaprobación de 45 por ciento. Ninguno de los dos eventos tuvo un apoyo mayoritario.
Pero ambas marchas activaron los sentimientos partidistas. La marcha del 13N tuvo una aprobación de 63 por ciento entre simpatizantes de la oposición, y una desaprobación de 53 por ciento entre los simpatizantes de Morena. Opiniones claramente divididas en líneas partidarias.
Por su parte, la marcha de AMLO del 27N mostró una mayor polarización: 84 por ciento de los morenistas la aprobó y 75 por ciento de los oposicionistas la desaprobó.
Las dos marchas fueron divisivas, pero la del 27N fue más polarizante; o, dicho de otra manera, reflejó mejor la actual polarización partidaria.
Yo asistí a las dos marchas con mi cachucha de politólogo. En una vi muchos ciudadanos movilizados en defensa de una institución, el INE, que, si bien es y debe ser perfectible, ha sido central en la evolución institucional de la joven democracia mexicana.
En otra vi muchos ciudadanos manifestando su apoyo a un líder carismático que representa la reivindicación y esperanza de varios segmentos sociales, pero cuyo movimiento sigue estando fuertemente personalizado.
Institucionalización o personalización: ¿es ese el dilema?