Hay quienes ven a las encuestas políticas como un oráculo moderno. Los antiguos griegos tenían una profunda devoción al oráculo, consultándole antes de tomar alguna decisión importante o de emprender alguna acción.
Ante la inclinación humana a predecir el futuro, los consejos del oráculo eran útiles para lidiar con la incertidumbre. Éstos podían ser ambiguos y se prestaban a interpretaciones, pero marcaban vías de acción y ejercían un fuerte impacto motivacional.
La influencia del oráculo se debía, en parte, a la creencia de que el consejo emitido provenía de alguna divinidad. Entre los más mencionados estaba Pitia, sacerdotisa del oráculo de Delfos, dedicado al dios Apolo.
En nuestros tiempos, los líderes políticos consultan al oráculo, en su forma de sondeo o encuesta, para conocer la voz del pueblo (vox populli, vox Dei, como dice el viejo adagio).
La competencia político-electoral requiere conocer las preferencias ciudadanas para orientar las acciones y el discurso. Pero también son un factor anímico, tanto para los líderes políticos como para sus electorados. Los resultados favorables suelen entusiasmar, mientras que los desfavorables desalientan.
Quizás por ello las encuestas no sólo juegan un papel informativo en nuestras sociedades, sino también un rol proselitista, por no decir propagandista.
Si usted mira las encuestas que postea Claudia Sheinbaum en X (antes Twitter), en todas va ganando ella. Pero si mira las que postea Marcelo Ebrard, el que va adelante es él.
De igual manera, las encuestas que cita el Presidente sobre su popularidad muestran niveles altos, como el 84 por ciento de aprobación que presumió hace un par de días en su mañanera. Eso discrepa de otras encuestas, incluida la de Morning Consult, que era su favorita, pero en la cual ha ido bajando hasta registrar 57 por ciento a finales de junio. Ayer que chequé estaba en 64 por ciento: 20 puntos menos que su nuevo dato.
Hace 30 años, cuando las encuestas divergían en sus resultados, les llamábamos “guerra de encuestas”. Hoy, aunque seguimos viendo encuestas discrepantes, el término ha caído en desuso, quizás porque entendemos mejor su papel político.
Hasta Heródoto reportó cierta flexibilidad del oráculo en su relato sobre las guerras médicas: “a decir de los atenienses, esos sujetos, durante su estancia en Delfos, persuadieron a la Pitia a fuerza de dinero para que, cada vez que acudiesen a consultar el oráculo ciudadanos de Esparta, les prescribiera liberar Atenas” (edición Gredos 2022: 81). Los espartanos actuaron acorde y lo demás es historia.
Pero es curioso que hoy no sea un escándalo ver encuestas tan discrepantes como las que hubo este mes sobre intención de voto en escenarios hipotéticos rumbo a 2024.
En un careo presidencial entre Claudia Sheinbaum, de Morena y aliados, Xóchitl Gálvez, por el Frente opositor, y un abanderado de MC, la encuesta de El Financiero arrojó una diferencia de 10 puntos entre la primera y la segunda. La encuesta de Mitofsky arrojó 20 puntos. La encuesta El País/Enkoll arrojó una diferencia de 30 puntos y la empresa Demotecnia también dio una ventaja de 30 puntos.
Esa magnitud de diferencias entre sondeos puede deberse a diversos factores, tanto metodológicos como no metodológicos, pero ciertamente le levantan las cejas a más de uno.
A pesar de sus discrepancias, las encuestas cuentan hoy en día con la confianza de la mayoría de ciudadanos a nivel nacional, según revela una encuesta nacional de El Financiero realizada este mes de julio. El 59 por ciento de las personas entrevistadas cree que la mayoría de encuestas sí son confiables, mientras que 35 por ciento cree que no lo son.
Esas opiniones reflejan la división partidaria actual. Los seguidores de Morena expresan una alta confianza en los sondeos (75%), mientras que panistas y priistas desconfían mayoritariamente de éstos (57% y 71%, respectivamente). Esto no sorprende, ya que la mayoría de las encuestas actualmente arroja resultados favorables a Morena.
Veremos cómo evolucionan tanto los registros de apoyo político, como la confianza en estos oráculos modernos que conocemos como encuestas. Podría ser que, ante tanta discrepancia, la confianza termine por minarse.