Debería haber empezado el primero de enero, no el primero de octubre. Aunque claro, siempre se podrá decir que esto fue un entrenamiento. Lo malo del poder es que es intenso, pero fugaz. Tanto es así que la suerte de un gobierno normalmente se juega en los primeros 100 días o, por lo menos, ésta es una creencia que se comparte en muchos países del planeta.
Claudia Sheinbaum ganó las elecciones el 2 de junio y tomó posesión el primero de octubre. Sin embargo, eran tantos y tan importantes los compromisos que la Presidenta, aunque legalmente ya lo sea –y hay que dejar claro que nada ni nadie podrá quitarle el logro de haber sido la primera mujer mexicana en cruzar la banda presidencial sobre su pecho–, no verá iniciado su sexenio formalmente hasta el 1 de enero. Sea por amor, dedicación, fidelidad o, quizá, ¿por convicción? Hasta el momento, la nueva mandataria ha demostrado cumplir –por lo menos con quien ya no está– con lo que se esperaba de ella.
La política es presupuesto. Y fíjese usted qué tan intensa, importante, trascendente y tan histórica fue la herencia que recibió de su antecesor que ni siquiera tuvo presupuesto suficiente para cubrir los gastos necesarios para garantizar el funcionamiento y operación de la Secretaría de la Presidencia. Todos aquellos que, durante seis años, recorrieron el camino fantástico de camareros a responsables políticos, todos quienes formaban parte de la Oficialía Mayor y los asistentes presidenciales estarán en sus sitios hasta el 31 de diciembre. Esto les permitirá cobrar sus aguinaldos y la parte proporcional de sus demás beneficios. Un pacto es un pacto, y ese fue el acuerdo que se hizo entre el presidente que teóricamente salía y la Presidenta que, también supuestamente, llegaba, para que todas las personas que habían servido al gobierno de López Obrador terminaran con una sonrisa el final de sus funciones.
Quiero señalar algo que no es nuevo ni tan grave como se dice. Repito: ya sea por obligación o por convicción, este gobierno nació –no sé si en partes iguales– representando tanto el ayer como el mañana que busca representar la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum. Como decía Antonio Machado: “Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. La gran incógnita es cuánto del camino será trazado por Sheinbaum y cuánto seguirá bajo la sombra de su predecesor. De ahí que todos quienes pagamos impuestos en este país –y quienes no también– debemos saber que una Presidenta con presupuesto, con poder y con plenas capacidades administrativas realmente la tendremos a partir del 1 de enero.
Otra cosa es analizar lo que está pasando en un sistema y en un país con una mayoría tan absoluta que casi ni siquiera hace falta que los miembros del Congreso se reúnan para aprobar las leyes o reformas que deseen. Sin embargo, hay temas que aún siguen sin resolverse. Por ejemplo, hay un calendario pendiente para la nueva Ley de la Secretaría de Seguridad Pública, que representa todo un cambio sobre dónde radica el poder y las facultades en la lucha contra el crimen organizado, desorganizado, civil o militar. Todo parece indicar que esta ley se aprobará hasta el próximo año cuando, repito, bastará con una simple orden de los tres elementos más importantes del mando de este país para aprobarla, incluso por vía WhatsApp.
Todo lo que está sucediendo me lleva a dos importantes conclusiones. Primero, que aún no ha iniciado formalmente la gestión de Claudia Sheinbaum Pardo. Lo que ha sucedido del primero de octubre hasta la fecha no ha sido más que el pago y cumplimiento de compromisos históricos. Segundo, hay señales de que la actual Presidenta busque diferenciarse –aún no sabemos qué tanto– de su predecesor. Su asistencia a la Cumbre del G-20 en Brasil no es más que un sencillo ejemplo de que la sombra de López Obrador probablemente no pese tanto durante su gobierno.
Es necesario mencionar que lo más importante no fue el hecho de que Sheinbaum haya tomado un avión para salir de México, sino la valentía que tuvo al momento de proponer destinar 1% del gasto militar global a la reforestación mundial. Plantear una particular versión de “abrazos y no balazos” mientras el mundo entero tiene los ojos puestos en la guerra, los misiles y la destrucción, es algo que merece destacarse. Una iniciativa bonita, necesaria y alentadora frente a la crisis climática, que realmente requiere de un esfuerzo global para combatir el cataclismo que se avecina. No obstante, y a pesar de lo atinada de su propuesta, la nueva Presidenta tiene que ser capaz de leer –como también deberá hacerlo con el contexto interno del país– la situación y los ánimos de las sociedades y de los países.
En este momento, el mundo sólo piensa en hacer la guerra, no el amor. Sheinbaum tiene que saber que el contexto global será determinante no sólo para llevar a cabo sus objetivos –que, visto lo visto, da gusto saber que los tiene– de política exterior, sino también para navegar en medio de la turbulencia interna del país. También tendrá que ser consciente y lo suficientemente cautelosa frente al reto que representa la llegada de Donald Trump a la Presidencia estadounidense. Y no sólo por los beneficios o posibles amenazas que puedan materializarse tras la alarmante retórica del líder republicano, sino por un tema más importante y particularmente incómodo para los estadounidenses: los cárteles y el narcotráfico.
Como he señalado en otras ocasiones, México representa la mayor amenaza para la seguridad interna de Estados Unidos. Esto se ejemplifica con las declaraciones de Tim Kennedy, excombatiente en Irak y Afganistán, quien afirmó que “los cárteles mexicanos son más poderosos incluso que Al Qaeda, porque tienen financiamiento ilimitado”. La posibilidad de que Trump clasifique a los cárteles como organizaciones terroristas y lance operaciones especiales en territorio mexicano es alarmante.
López Obrador pensaba que la mejor forma de hacer política exterior era por medio de la gestión de la política interior. Sin embargo, el hecho de que Sheinbaum haya salido de Palacio Nacional se puede calificar como un buen comienzo y una pequeña muestra de lo que podemos esperar de su postura de cara al exterior. No se puede pensar, hablar ni negociar con el mundo desde la comodidad –o incomodidad– de estar en casa. En menos de dos meses al frente del país, la presidenta Sheinbaum aprovechó su visita a Brasil y ya se reunió con el saliente presidente Biden y con el eterno presidente Xi Jinping. De su mano, México regresó al escenario internacional, hecho que –se mire como se mire– es una buena noticia.
Sheinbaum enfrenta la complejidad de definir su propio estilo de gobierno. Es imperativo que logre un balance entre continuar con los ideales de López Obrador y trazar un camino propio. Todo está por verse y, por el bien de todos, es mejor que la presidenta Sheinbaum triunfe, ya que su triunfo también será el nuestro. Mientras tanto, tendremos que esperar a que sea el primero de enero para que, una vez que la Presidenta tenga plenas capacidades administrativas y ejecutivas, realmente veamos la diferencia entre hombres y mujeres; entre el primer y el segundo piso de la cuarta transformación, sin que este concepto esté del todo claro. Y que conste que yo soy de los que creen que, en lo que significa la acción política y por el bien de todos, primero Claudia.