Donald Trump perdió la elección del pasado 3 noviembre. Biden obtuvo 4.7 millones más votos que él, de acuerdo con los conteos realizados hasta el momento.
Pero, además, obtuvo 306 votos electorales frente a 232 de Trump. La diferencia es amplia.
Sin embargo, el presidente de los Estados Unidos está siguiendo el guion, que fue anticipado por muchos, y se resiste a aceptar los resultados.
En la cultura política estadounidense, está optando por una actitud prácticamente subversiva.
La tradición es que el candidato perdedor reconozca el triunfo de quien lo derrotó. Esa ha sido una de las bases de la democracia norteamericana.
Cuando no ocurre así a pesar de un triunfo tan holgado, es que… Houston, tenemos un problema.
El día de ayer marcó un punto de inflexión. Más allá de las rabietas de Trump por haber perdido la elección, ocurrieron una serie de hechos que implican un desafío del gobierno de Trump.
Van algunos ejemplos.
– El secretario de Estado, Mike Pompeo, señaló que el gobierno norteamericano estaba listo para una ‘transición suave’… hacia un segundo mandato de Donald Trump. Todo indica que no estaba bromeando. No se trata de un integrante del equipo de campaña del candidato republicano, es el secretario de Estado, desafiando a la legalidad norteamericana.
– La Casa Blanca se encuentra trabajando unilateralmente en la elaboración del próximo presupuesto que debe entregarse al Congreso… en el mes de febrero, después de que el mandato de Trump haya expirado. No, no se trata del espíritu de colaborar con el próximo gobierno. Es la señal de que no piensan irse.
– Los Servicios de Administración del gobierno han rechazado dar acceso a Biden a los fondos para la transición, ni tampoco a la información que deben conocer los candidatos ganadores durante el proceso de transición.
– Mitch McConell, líder de la mayoría republicana en el Senado ha rechazado reconocer el resultado de la elección y no da como ganador a Biden.
Hay dos escenarios relacionados con esas actitudes.
El primero tiene que ver con el estilo de negociación de Trump, que ante la inminencia del reconocimiento de su derrota –por las buenas o por las malas– busque una negociación desde una posición de fuerza que le permita librar procesos penales federales cuando deje la Casa Blanca e irse con la imagen de víctima, como el candidato al que “le robaron” la elección.
El segundo es algo mucho menos probable, pero no imposible. Revelaría el intento de Trump de resistirse a dejar la Casa Blanca, obteniendo –por la buena o por mala– los recursos legales para descarrilar el proceso.
Dicho de manera cruda, implicaría que Trump está preparando un ‘golpe de Estado blando’.
Suena a esas novelas de ficción política que se venden en las librerías de los aeropuertos y que resultan muy entretenidas porque se piensa que todo lo que pasa en ellas es pura imaginación.
Sigo creyendo que ese es el caso y que, en medio de sus rabietas, veremos al actual presidente norteamericano reconocer la realidad de su derrota.
Creo que al final, los propios políticos republicanos, que tienen todo para conservar el Senado, buscarán la preservación de su poder y no jugarán con fuego, desafiando a las instituciones en Estados Unidos.
Pero, ¿y si no? ¿Y si Trump realmente pretende, con el respaldo de sus incondicionales, atrincherarse en la Casa Blanca y usar a todos los jueces que colocó en los últimos años para exigirles que le devuelvan el favor?
¿Y si quiere aprovechar la conformación de la Suprema Corte para evitar que Biden llegue al gobierno maniobrando para que el tema electoral se vaya hasta el tribunal supremo y éste falle a su favor?
Se trata de algo poco probable, pero no imposible.
Y si ocurriera, se trataría del mayor golpe a la democracia en el mundo, después de lo cual, ya todo puede pasar.