Ni los más optimistas en el equipo de López Obrador hubieran esperado una luna de miel entre los empresarios y el candidato triunfante, como se ha visto en esta semana.
No es que los empresarios estén dando el beneficio de la duda a AMLO, no. Están respondiendo entusiasmados, apoyando propuestas que apenas hace unas semanas les parecían inaceptables, como el proyecto para establecer aprendices en las empresas, con apoyo federal.
“Eso es tirar el dinero”; “puro asistencialismo”; “así nunca va a trabajar la gente”, son expresiones que se escuchaban aquí y allá en la IP.
Y, ahora respaldan con entusiasmo la propuesta que antes condenaban.
Pero no se trata sólo de los dichos. En el mercado cambiario se observa que el respaldo viene también en los hechos.
El peor día para el peso en este año fue el 15 de junio. Ese viernes el tipo de cambio interbancario llegó a estar en 20.96 pesos y en las ventanillas bancarias llegó hasta 21.40.
Aunque el factor principal de este encarecimiento tuvo que ver con los temores de guerra comercial entre Estados Unidos y China, todavía existían ciertas prevenciones respecto al significado de un casi seguro triunfo de AMLO.
El dólar venía desde un mínimo para este año de 17.94, que se alcanzó el 17 de abril, un par de semanas después de que comenzaron formalmente las campañas.
En las últimas tres semanas, las dos previas a la elección y ésta, el dólar ha tenido una trayectoria marcadamente a la baja.
En ese lapso señalado ya se abarató en 1 peso con 74 centavos, o el equivalente a un 8.3 por ciento.
Es decir, los inversionistas no sólo han puesto su palabra, sino también su dinero.
Como muchas veces pasa, creo que hay una sobrerreacción.
La hubo en su momento, exagerando los temores respecto a quien, al menos en sus propuestas económicas, no había planteado nada que fuera alarmante.
Y la hay ahora, ofreciendo un apoyo que deberá ponerse sobre la balanza en el momento en el que realmente comience la nueva administración.
Ojalá no sea el caso, pero me temo que en el sector empresarial y en otros ámbitos estemos pasando de los ataques viscerales a las alabanzas sin medida.
Ni el repudio disfrazado o abierto que expresaron diversos grupos empresariales sirvió, ni tampoco lo va a hacer el aplauso desmedido.
A López Obrador, y sobre todo a la sociedad mexicana, le vamos a hacer un favor, si juzgamos objetiva y críticamente sus propuestas.
Si él y su equipo son inteligentes, sabrán apreciar el valor del cuestionamiento y le darán su justa dimensión a los aplausos interesados –en el mejor de los casos– o de plano serviles.
Las lunas de miel no son para toda la vida. A veces sirven para empezar a construir relaciones maduras y duraderas, pero en otras, son la fuente del desencanto.
¿Cómo habrán de financiarse los programas sociales? ¿Qué se hará para propiciar el sano desarrollo de contrapesos ante un gobierno con un poder como hacía mucho no veíamos? ¿Realmente se aceptará la crítica incómoda de una sociedad civil cada vez más actuante?
Estas y muchas más son algunas de las preguntas que siguen sobre la mesa.
Hay que observar sin prejuicios. Quizás el futuro gobierno de AMLO dé lecciones de sensatez, tolerancia y apertura. Si así fuera habrá que celebrarlo, pues otros gobiernos no lo han hecho.
Si no, le ayudaremos a la vocación que ahora manifiesta siendo más críticos y menos obsequiosos.