Joseph Biden finalmente pudo dormir tranquilo el lunes pasado.
No, no piense que se trataba de recibir la notificación oficial de que había logrado 306 votos electorales frente a los 232 de Trump al realizarse el Colegio Electoral y sería el próximo presidente de Estados Unidos.
Eso ya lo tenía completamente descontado. Sabía que era un asunto de trámite, a pesar de todos los esfuerzos de Trump por descarrilar el proceso.
La verdad es que lo que le quitaba el sueño al presidente electo de los Estados Unidos era que no había recibido la felicitación por su triunfo del presidente mexicano López Obrador.
Finalmente, cuando el lunes por la noche se recibió una carta, Biden supo que las noches de insomnio habían terminado.
No importaba que más de un centenar de jefes de Estado y de gobierno le hubieran hecho llegar su felicitación.
Tampoco, que varios de ellos, de los países con más influencia en el mundo, hubieran conversado cordialmente con él desde los primeros días de noviembre, tras conocerse el resultado electoral.
Faltaba que su vecino del sur le diera su beneplácito.
Quizás lo único que puso una ligera sombra de decepción en el rostro de Biden fue que no quisiera hacerle una llamada.
Es diferente un intercambio verbal, así sea mediado por un traductor, que una fría misiva oficial como la que se recibió el lunes.
Y tal vez otro pequeño detalle que generó un ceño fruncido en la frente de quien será el hombre más poderoso del mundo a partir del 20 de enero, fue un párrafo de esa felicitación… que no parecía de felicitación sino de advertencia.
“Tenemos la certeza de que con usted en la presidencia de Estados Unidos será posible seguir aplicando los principios básicos de política exterior establecidos en nuestra Constitución; en especial, el de no intervención y autodeterminación de los pueblos”.
Caramba, qué curiosa manera de felicitar tienen los mexicanos, debe haber pensado.
Eso de “seguir aplicando”, parece querer decir que con Trump se llevaban muy bien y ahora esperan que las cosas sigan igual.
Biden es un hombre sensible y sensato. Sabe que si AMLO no lo felicitaba es porque el gobierno mexicano es un país absolutamente respetuoso del Estado de derecho. Y que no quería violentar los tiempos que establece la Constitución de los Estados Unidos, que desde el siglo XVIII señala que son los delegados al Colegio Electoral los que eligen al presidente.
Seguramente Biden sabe que si algunas empresas norteamericanas e incluso algunos congresistas se han quejado de que en México no se respetan las leyes, por ejemplo, en el sector energético, es porque no conocen bien al país, pues que mejor ejemplo que su presidente haya expresado su beneplácito por el triunfo del demócrata hasta que Trump ya no tuvo más recursos de los cuales echar mano.
Biden también entiende perfectamente que, si el único viaje al extranjero del presidente López Obrador fue a visitar a Trump a Washington el 8 de julio, cuando ya comenzaban las campañas electorales, fue porque coincidió la fecha con el arranque del nuevo tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá. Nada más.
Si los republicanos le dieron un cariz electoral a la visita, ya no fue un asunto del presidente mexicano.
Biden sabe bien que México es un país que está plenamente comprometido con uno de sus propósitos fundamentales: luchar en contra del cambio climático.
Si aquí han tenido que limitarse los esfuerzos por generar electricidad de fuentes renovables es porque las empresas privadas querían –imagínese usted– ganar dinero.
No, aquí no estamos en contra de las energías limpias, pero hay prioridades, como obligar a los usuarios a consumir energía generada por la CFE. Faltaba más. Pero Biden sabe que aquí somos soberanos.
¡Ah! Y si ayer se aprobó una ley que va a atar de manos a los agentes norteamericanos es porque en realidad no los necesitamos. Tenemos a los cuerpos de seguridad con mejor inteligencia y mayor honestidad en el mundo.
Mr. Biden, ahora sí, ya puede dormir tranquilo.