La economía mexicana nada más no carbura.
Ayer, el INEGI dio a conocer su indicador económico oportuno correspondiente al mes de febrero y, como algunos anticipábamos, tuvo un nuevo tropezón con un retroceso mensual de 0.8-0.9 por ciento, mientras que en términos anuales, el INEGI reportó un retroceso de 4 por ciento, semejante al que se presentó en enero.
Esto apunta a una caída de ese nivel en el PIB del primer trimestre del año.
Si vemos el comportamiento por sectores, encontramos un descenso de 4.3 por ciento en las actividades terciarias, que incluyen el comercio y los servicios, mientras que la producción industrial retrocedió en 4.2 por ciento.
La próxima semana tendremos cifras de las exportaciones, pero lo más probable es que también hayan retrocedido ante una caída en la producción industrial de los Estados Unidos, derivada sobre todo del impacto del frío extremo que se presentó en el mes de febrero.
La esperanza de que la economía de Estados Unidos nos jalará de inmediato no se está concretando, pues la propia economía norteamericana tuvo un tropezón.
De hecho, ayer que se dieron a conocer las solicitudes de apoyo semanal por desempleo, sorpresivamente el dato se fue hacia arriba y quedó en 770 mil después de que había llegado a 725 mil la semana previa.
Solo para dar contexto, le recuerdo que los últimos datos previos a la pandemia –hace un año– marcaban 282 mil solicitudes.
Así que, en medio de la euforia por el paquete de ayuda por 1.9 billones de dólares que fue promulgado ya, hay que tomar en cuenta realidades económicas que aún no cambian en el corto plazo.
Lo que se está moviendo en este momento es sobre todo la expectativa, pero aún no cambian del todo los hechos.
Tanto en México como en Estados Unidos hay que considerar, además, que es probable que haya empleos que simplemente ya no vayan a recuperarse.
La pandemia propició una aceleración de los procesos de automatización y generó cambios en los hábitos de consumo que quizás hayan conducido a que muchos puestos de trabajo perdidos hayan desaparecido para siempre.
Cuando han ocurrido las revoluciones tecnológicas, usualmente se ha recuperado a la larga todo el empleo perdido e incluso se ha creado más. Pero en el corto plazo, han existido periodos en los que mucha gente perdió su empleo y ya no volvió a él.
El comportamiento del empleo formal en México es consistente con las cifras del INEGI.
El dato que el IMSS dio a conocer la semana pasada indica que en el mes de febrero el volumen de empleos fue 3.3 por ciento inferior al que teníamos un año antes.
Este comportamiento económico anticipa un crecimiento de la desigualdad.
Cuando tengamos más datos para verificar cómo evolucionó la distribución del ingreso y de la riqueza en el curso de la pandemia, quizás nos sorprendamos del impacto tan grande que tuvo en acrecentar la desigualdad.
Ya el Coneval nos ha dado algunos anticipos con su evaluación de la pobreza laboral. Esta institución señala que entre diciembre de 2019 y el mismo mes de 2020, el único segmento de la población cuyo ingreso creció fue el 20 por ciento más rico, con una leve alza de 1.4 por ciento. Pero, en contraste, el 20 por ciento más pobre perdió un 40.5 por ciento de sus ingresos reales.
Es decir, tenemos una economía que todavía no crece y que sí muestra una mayor desigualdad.
Vaya mezcla perniciosa.