Una tragedia como la que vivimos con la explosión de Tlahuelilpan nos debe dejar lecciones. Sería terrible que no aprendiéramos como país de un hecho tan costoso en vidas humanas.
A mi juicio, las siguientes deben ser algunas de las lecciones.
1- Debe haber una difusión mucho más amplia y directa, incluso cruda, del alto riesgo que existe en las fugas de combustible, que se han incrementado en los últimos meses por el disparo del robo en ductos. Más de una vez habíamos estado ya al borde de un hecho como el del viernes. El 12 de septiembre del año pasado, una noticia pasó casi desapercibida a escala nacional: 7 colonias del norte de Puebla tuvieron que ser desalojadas por una fuga de gas que resultó de una perforación deliberada en un ducto. Por fortuna, nada ocurrió, pero el riesgo fue enorme.
2- En Pemex o en las empresas que operen ductos debe haber absoluta conciencia de que, ante contingencias, lo fundamental es preservar la seguridad. Queda la interrogante de por qué ante una fuga de las proporciones que pudieron observarse en los videos no se tomó la decisión inmediata de cerrar el ducto. Se supone que el sistema SCADA permite detectar esas pérdidas. Hay protocolos bien definidos, tanto en materia de respuesta técnica a esta circunstancia, como en materia de seguridad. Es cierto, como dijo el secretario de la Defensa, que 20 elementos no podrían contener a 800 personas. Pero para ello hay apoyo de policías municipales y estatales. Debe quedar claro si fallaron los procedimientos.
3- En las comunidades cercanas a los lugares en los que hay robo de combustible se ha generado una actitud de tolerancia o incluso complicidad con los criminales que realizan dicho robo. Y, desde luego hay un desprecio a la autoridad. Por eso, los exhortos verbales de los soldados a que la gente se retirara fueron inútiles el viernes. Las crónicas describen a una comunidad regocijada por la oportunidad de sustraer combustible. Vaya, no se trataba de los huachicoleros, sino de un grupo de personas que quería aprovechar el daño al ducto para sustraer algunos litros de gasolina. La tarea del gobierno no sólo debe ser el crear oportunidades económicas para esas poblaciones, sino que se debe reconstruir el respeto a las leyes.
4- La tragedia pone el acento en la necesidad de hacer todos los esfuerzos necesarios para terminar con el robo en ductos. No sólo implica pérdidas para Pemex y el país, sino riesgo muy alto para la ciudadanía. No comparto la visión de quienes dicen que el uso de pipas será como tener bombas ambulantes. La realidad es que casi la totalidad de las gasolineras recibe el combustible en pipas. Los ductos no llegan a las estaciones de servicio. Los riesgos los tenemos ya. Pero pasa lo mismo con el uso intensivo del gas LP en lugar de gas natural distribuido en ductos. Lo que se requiere es cumplir las normas de seguridad, sea en pipas o ductos. Es decir, evitar que la necesidad de apresurar el abasto vaya a conducir a relajar esas normas.
5- A diferencia de la unidad que se generó tras los temblores de 2017, la tragedia en este caso polarizó a la sociedad. Hubo quienes culparon al gobierno, a las víctimas o al Ejército y hubo menos solidaridad. Hacer un diagnóstico adecuado para tomar acciones que aseguren que no vuelva a ocurrir no implica perder la empatía que requerimos ante el dolor de nuestros compatriotas.