Con una inflación tan elevada como la que ayer reportó el INEGI, es relativamente fácil caer en pánico y considerar que se ha salido completamente de control.
No es el caso. Es alta, pero si los problemas derivados del 'superciclo' de materias primas y de las cadenas de suministro a nivel global van cediendo, veremos un descenso claro a partir del segundo trimestre del próximo año.
De hecho, en la encuesta quincenal de expectativas publicada por Citibanamex el pasado martes, se anticipaba un alza de 7.3 por ciento en la inflación al cierre de este año. La cifra será tal vez medio punto más elevada.
Para 2022, el consenso anticipa 4.0 por ciento, lo que implicaría recortar la inflación casi a la mitad.
No se trata de buenos deseos. Esa expectativa se puede sustentar al hacer una radiografía de los incrementos observados en noviembre.
El elemento que más impactó en el índice fue el precio de la electricidad, que creció en promedio nacional en 24.16 por ciento en el mes, y que contribuyó a un alza de 0.406 puntos porcentuales en el índice.
La razón principal de este brinco fue el cambio de tarifas de verano a tarifas de invierno en zonas del norte del país.
Sin este salto, el índice hubiera sido de 0.74 por ciento, que sigue siendo alto, pero habría sido menor a los incrementos de 2018 y 2019.
Si en diciembre tuviéramos un incremento como el de 2018, que fue de 0.7 por ciento en el mes, terminaríamos el año con un 7.7 por ciento de inflación. Si fuera de 1 por ciento –en un escenario pesimista– terminaríamos 2021 con un 8 por ciento.
¿Por qué razón pensar que la inflación va a descender en el curso del 2022?
Porque una parte importante del incremento de los precios en noviembre provino de alzas de productos agropecuarios y energéticos.
Si la relativa normalización del abasto y de las cadenas de suministro ocurre en la primera mitad del próximo año, veríamos con alta probabilidad un descenso del ritmo inflacionario.
No sería una caída vertical, pero sí un cambio de trayectoria que quizás nos permitiera ver índices de 6 por ciento o menos en el segundo trimestre.
Pese a ello, el Banco de México tiene la tarea de anclar las expectativas, es decir, de evitar que los procesos de fijación de precios vayan a descontar un alza de 8 por ciento o algo así para el siguiente año, pues si así fuera se produciría una inercia inflacionaria que podría mantener la inflación en los niveles actuales, pese a que los resortes externos que la dispararon ya estuvieran controlados.
El jueves de la próxima semana, la Junta de Gobierno del Banco de México anunciará la decisión de política monetaria con la que cerrará tanto este año como el periodo de Alejandro Díaz de León como gobernador de la institución.
Para enviar una señal contundente del compromiso del banco para evitar que se eternice la inflación, sería adecuado incrementar en medio punto porcentual la tasa de referencia.
Ello también contribuiría a la estabilización del tipo de cambio del peso frente al dólar, que, aunque ya se encuentra nuevamente por debajo de los 21 pesos, si bajara un poco más, también contribuiría a reafirmar la estabilidad.
En el contexto en el que nos encontramos sería preferible incluso sacrificar algunas décimas del crecimiento esperado del PIB (si eso fuera consecuencia del alza de tasas, lo que por cierto no es tan claro) a cambio de tener una mayor estabilidad financiera.
Como le he comentado anteriormente, lo mejor a lo que podemos aspirar en los próximos años es a concluir el sexenio sin una crisis financiera. Eso es lo prioritario.