El votante mexicano, así como el de casi todos los lugares del mundo, sufraga sobre la base de las historias que le cuentan los candidatos o las instituciones políticas que los respaldan.
No es exagerado decir que, en buena medida, al menos durante los últimos años, las contiendas políticas se hayan convertido en una disputa de narrativas.
Esto no es nuevo.
Si, por ejemplo, uno revisa la interpretación de la historia de Yuval Harari, uno de los más connotados historiadores en la actualidad, encuentra que uno de los factores determinantes de la construcción de civilizaciones, naciones o sistemas económicos es precisamente una narrativa compartida, es la que está implícita en asuntos como las religiones, el uso del dinero o los imperios.
Tal vez, en el caso de México, el único político que en el último cuarto de siglo ha entendido este hecho haya sido Andrés Manuel López Obrador.
Su triunfo de 2018, estuvo construido precisamente sobre la base de una narrativa, una historia en la cual gran parte de la sociedad que por años estuvo marginada de la toma de decisiones y que sólo contemplaba las ventajas y la corrupción de quienes detentaban el poder, tuvo la oportunidad de decidir la realización de un cambio.
Convenció a millones de que era su momento de hacer historia y lo siguieron. Por eso obtuvo más del 50 por ciento de los sufragios.
Pero, no solo es López Obrador.
Lo que hemos visto en los últimos años en muchos lugares del mundo, es que la gente está a la espera de quien le cuente una historia convincente y emotiva para cambiar de perspectivas.
Por esa razón, los partidos políticos tradicionales han naufragado casi en todo el mundo.
Han sido nuevas instituciones políticas o nuevos personajes los que han logrado conquistar la simpatía de los electores, convenciéndolos de la historia que cuentan.
Un caso que nos atañe de manera muy directa, es lo que sucede en Estados Unidos.
Donald Trump convenció a mucha gente de que la gloria perdida de los Estados Unidos podría regresar, y así ganó la presidencia.
No hubo tal cosa y perdió la reelección.
Sin embargo, las bases de Trump allí siguen y lo mantienen como uno de los más serios prospectos para volver a instalarse en la Casa Blanca en el año 2024.
Estas consideraciones vienen a cuento porque pareciera que en la oposición, no se ha entendido todavía el poder de la narrativa de López Obrador.
Tanto la coordinadora del frente opositor como muchos otros políticos de los partidos que la respaldan parecieran estar convencidos de que basta con lograr que los descontentos con el actual gobierno voten en contra.
El problema para ellos es que las cuentas no salen.
Si bien AMLO no estará explícitamente en la boleta electoral, su narrativa, ahora a cargo de Claudia Sheinbaum, sí va a estar presente.
Y por lo pronto, aún son muchos más los que aprueban a AMLO que aquellos que lo cuestionan.
Si realmente se quiere motivar a la población a votar por candidatos diferentes a los de Morena, la oposición tendría que construir una narrativa que contienda y gane a la de la cuarta transformación.
La propia denominación de “4T”, refleja una visión de la historia que se ha logrado instalar entre la población mexicana. Mientras eso perdure, Morena tendrá la mitad del triunfo en la bolsa.
Mientras se piense que basta con denunciar las insuficiencias de la gestión de López Obrador, llámese falta de crecimiento económico, corrupción, y todo lo que usted quiera agregar, se le estará dejando el espacio a los candidatos de Morena y sus aliados.
La denuncia y el cuestionamiento no van a ser suficientes.
La gran habilidad, casi genialidad política, de López Obrador, es haber conseguido que la gente no le exija los resultados que ofreció y que siga abrigando esperanzas pese a malos resultados, años después de haber llegado al poder.
Xóchitl, en lo personal, tiene una muy buena historia, la de su propia trayectoria. Pero, como ya hemos comentado, requiere otra para el país completo.