No despega la economía mexicana.
Ayer el INEGI dio a conocer el Indicador Oportuno de Actividad Económica para julio y el resultado fue una leve caída de -0.1 respecto a junio.
Y si la comparación se efectúa contra el mismo mes del año pasado, el crecimiento fue de apenas 1.5 por ciento.
El mes pasado retrocedieron tanto el sector industrial como el comercio y los servicios. Es decir, ni el mercado interno ni las exportaciones tuvieron la fuerza necesaria para levantar a la economía mexicana.
La tendencia había sido positiva, aunque con un ritmo de crecimiento modesto, desde el mes de septiembre del año pasado hasta abril del presente año.
Sin embargo, desde entonces y hasta ahora, hemos entrado de nueva cuenta en una leve tendencia a la baja o al menos en una situación de estancamiento.
Estos datos son consistentes, por ejemplo, con los del empleo formal. De acuerdo con la información del IMSS, se ha ralentizado la creación de empleo formal. El crecimiento de julio respecto a junio fue de apenas 0.05 por ciento, es decir, nada. Y en junio ya también había sido débil, de 0.3 por ciento.
¿Qué es lo que ha debilitado a la economía mexicana en los últimos meses?
El factor clave, a mi parecer, tiene que ver con las expectativas de los consumidores e inversionistas.
El futuro inmediato se ve complicado.
La confianza de los consumidores en el mes de julio cayó en 1.7 puntos respecto a la de junio, acumulando ya tres meses a la baja.
La confianza empresarial retrocedió medio punto en julio y también acumuló tres meses de caídas o estancamiento.
No es un solo factor el que ha influido en este desempeño sino la suma de diversos elementos, en donde la situación de la inflación creciente es uno de los más importantes, pero también está la incertidumbre derivada del conflicto comercial con Estados Unidos por la política energética del país.
Hay evidencias suficientes en diversos indicadores, más allá de los de percepción, respecto al freno de la actividad económica.
No será un desplome, ni –salvo que algo ocurriera a nivel global– de un efecto duradero.
Sin embargo, los datos perfilan que el crecimiento económico de este año será muy moderado.
El consenso anticipa hasta ahora un alza del PIB de 1.8 por ciento, que fue la cifra que tuvimos en el primer semestre.
Sin embargo, si la tendencia del mes de julio se extiende a lo largo de lo que resta del año, quizás veamos una tasa más baja, quizás de 1.5 o 1.6 por ciento.
Como le he comentado desde hace mucho tiempo, no será trágico para el país que tengamos un crecimiento más lento. Incluso si éste no se limita a 2022 sino se extiende a los próximos años.
Ese resultado será un gran promedio en donde nuevamente se verá el gran contraste que hay en el país.
Habrá un grupo de entidades y sectores en los que veremos un desempeño mucho más exitoso, mientras que en otros casos tendremos cifras muy por abajo del promedio.
Ese contraste, lamentablemente, no cambiará.
Lo que sería preocupante es que se perfilara un fin de sexenio envuelto en una crisis financiera.
Por la lógica que ha existido en el manejo hacendario y monetario, ese no es el escenario más probable. Es más, hoy se puede decir que es poco probable.
Pero el proceso sucesorio y los acontecimientos a nivel global nos pueden dar algunas sorpresas, así que será mejor poner mucha atención en las variables que podrían influir en la estabilidad financiera del país, desde ahora y hasta el fin del 2024.