Si se cumplen las previsiones de la Secretaría de Hacienda y este año la economía crece 1.5 por ciento, y el próximo 2.5 ciento, se terminará el sexenio con un crecimiento acumulado de 13.3 por ciento.
Esto implica un ritmo promedio anual de 2.07 por ciento.
Lo anterior deriva de las previsiones presentadas el viernes pasado por Hacienda en los “Pre-criterios de Política Económica” para 2018.
¿Cómo se compararía este resultado con los sexenios anteriores?
En el sexenio de Calderón el crecimiento fue prácticamente similar, con un acumulado de 13.4 por ciento y un promedio anual de 2.09 por ciento. En el de Fox, no hay tampoco grandes diferencias, pues el acumulado fue de 13.9 por ciento y el promedio anual de 2.16 por ciento.
Para encontrar una diferencia significativa hay que remontarnos hasta el sexenio de Zedillo, donde el crecimiento fue de 20.8 por ciento, con un ritmo anual medio de 3.2 por ciento.
Tendremos tres sexenios completos con pobres crecimientos. Como le he comentado previamente, el problema de fondo es la inversión.
Revisemos cómo se ven las comparaciones en materia de inversión fija bruta.
Si se cumple la previsión de un crecimiento de esta variable de 0.8 por ciento este año y de 2.1 por ciento el próximo, terminaremos el sexenio con una tasa acumulada de 9.2 por ciento o un promedio anual de 1.46 por ciento en esta administración.
Con Calderón la inversión creció 15.5 por ciento, a un ritmo anual de 2.39 por ciento; con Fox, fue 23.9 por ciento y un promedio de 3.57 por ciento.
De nueva cuenta, hay que remontarse al sexenio de Zedillo para encontrar tasas más elevadas: 30.3 por ciento en todo el periodo, o 4.4 por ciento anual en promedio.
Preocupa que sexenio tras sexenio la inversión se desacelera, y lo que debe ser la fuente del crecimiento se convierte más bien en un lastre.
Sin embargo, hay que distinguir entre la inversión privada y pública. La primera obtuvo un crecimiento promedio anual de 3.6 por ciento de 2000 a 2016.
La inversión pública tuvo una caída promedio anual de 1.4 por ciento real en este periodo.
En el año 2000, la inversión pública representaba el 37.8 por ciento de la inversión privada. Para el año pasado ese porcentaje bajó al 17 por ciento.
Las cifras manifiestan claramente que uno de los factores que ha golpeado al crecimiento es la ausencia de inversión pública.
Y esto no es privativo de años de vacas flacas. Aun en tiempos en los que hubo altos precios del petróleo, el gobierno federal y los estados privilegiaron el gasto corriente y esto afectó la capacidad de crecimiento del país.
Hoy se está apostando a esquemas como las Alianzas Público-Privadas, para que la inversión pública despegue, sin embargo, las cifras previstas no van a cambiar las grandes tendencias.
La realidad es que la próxima administración, llegue quien llegue, seguramente tendrá que hacer dos cosas que tienen costos políticos: hacer una reingeniería en serio del sector público para eliminar la grasa que aún existe, y hacer una nueva reforma fiscal que dé al sector público recursos que puedan etiquetarse para la inversión.
De lo contrario, seguiremos acumulando sexenios de escaso crecimiento y de desencanto de los gobiernos, sea del signo que sea.