Fernando Dworak: Una cuestión de legitimidad

Van sobre una supuesta venganza, pero también en por qué los actores no hicieron cosas relevantes
Van sobre una supuesta venganza, pero también en por qué los actores no hicieron cosas relevantes
Las interrogantes.Van sobre una supuesta venganza, pero también en por qué los actores no hicieron cosas relevantes
Cuartoscuro
autor
Fernando Dworak
Analista y consultor político
2024-06-28 |07:08 Hrs.Actualización07:06 Hrs.

Un género de libros sobre política que me tiene francamente hastiado es el que habla sobre cómo surgen los populismos y caen las democracias, no solo por su maniqueísmo, sino porque cuentan la historia incompleta. De tanto hacer checklist sobre cómo identificar gobernantes autoritarios o lamentarse que las democracias decaigan, pareciera que llamasen a una cruzada por salvar el estatus quo en lugar de entender cómo y por qué decaen las democracias.

Para decirlo de otra forma, los liderazgos llamados populistas no ganan por sí mismos, sino gracias a que las democracias liberales no atienden reclamos que se van acumulando a lo largo de los años en temas como desigualdad, corrupción o seguridad. En consecuencia, surgen personas que encarnan de manera convincente algo que llaman “pueblo” y van aprovechándose de las fallas de las democracias para llegar al poder. Es decir, no puede haber lamentaciones sobre el populismo si no se hace antes un ejercicio de autocrítica sobre lo que había.

Una vez que asumen funciones de gobierno, atacan a las instituciones democráticas cuando sus resultados se contraponen a su voluntad. Si pueden, van a reformarlas o incluso desmantelarlas, para que se amolden a sus visiones. Una vez más, pueden hacerlo con éxito porque las instituciones democráticas previas perdieron legitimidad ante una mayoría de la población, por más indispensables que sean para que funcione una democracia.

Bajo esta perspectiva, López Obrador es más bien un gobernante de manual, en cuanto a sus tácticas y discursos. El problema proviene de una oposición que no ha sabido leerle o sabe, pero no le conviene realizar un ejercicio serio de autocrítica y reinventarse. En breve, es irrelevante discutir si está loco o cuántas patologías reales o supuestas padece, si no entendemos por qué sus dichos gozan de absoluta legitimidad para la mayoría de la población. Nadie podría explicarlo sin alegar que los seguidores del presidente son tontos, si al mismo tiempo no se entiende y acepta el déficit de legitimidad del que parten críticos y opositores.

Lo anterior queda plasmado en la discusión sobre la reforma a la Suprema Corte de Justicia y el embate a los órganos autónomos. ¿Es una venganza del presidente? Ciertamente hay mucho de eso. Pero al mismo tiempo, deberíamos preguntarnos por qué nadie en esas instituciones hicieron gran cosa durante este sexenio por resignificar sus funciones en temas como eficacia, combate a la corrupción, generar políticas y estrategias de comunicación para recuperar la cercanía con la ciudadanía o siquiera divulgar qué hacen realmente y por qué los ataques del presidente eran falaces por lo menos.

Tarde o temprano la discusión pública perderá el nivel de visceralidad que hoy impera. Esperemos que los diversos actores hayan aprendido estas lecciones, si queremos aprovechar ese momento de claridad para de verdad calibrar nuestras instituciones si queremos seguirnos viendo como democraica.