La política siempre tiene sus trampas. A veces están puestas y otras simplemente son resultado de lo que decides. Lo cierto es que siempre hay que tomar decisiones y cada vez con menos tiempo para analizar los escenarios. No en balde en los análisis de coyuntura política se habla recurrentemente de estar en un laberinto.
Más allá del éxito que ha tenido Xóchitl Gálvez en su irrupción mediática en la vida política, lo cierto es que la señora ya tiene un impulso comunicador que no había tenido ningún personaje de la oposición en los últimos años. Xóchilt ha causado revuelo, se le adhieren simpatías y apoyos de manera geométrica. Las plataformas de las redes sociales han generado una enorme conversación pública alrededor de ella y su novedosa presencia como posible candidata ha generado efectos en todos los actores políticos. La presencia novedosa de Xóchitl ha provocado reacciones del Presidente y de sus favoritos. Al grado que ya las corcholatas comienzan a intercambiar golpes para poder llamar la atención y sacarla de la cancha de la que se adueñó Xóchitl y en la cual, sorpresiva y animadamente, participa el Presidente.
Nadie puede negar el fenómeno Xóchitl como una avalancha positiva en la presencia opositora. Esto nos lleva a una encrucijada. Si el consenso generalizado de los impulsores de la candidatura del frente y para los analistas electorales es que es Xóchitl la que puede resultar competitiva, entonces tenemos que Xóchitl debe ser la candidata. Si no es ella, entonces todo se va al carajo y regresaremos a la nada opositora. Así están plantadas las cosas, nos gusten o no. Comenté esto mismo de otra manera en el texto del lunes pasado y recibí algunos comentarios de que lo importante era el proceso democrático, que le iba a ser muy útil a ella y cosas por el estilo. No lo considero de esa manera. Ahorita lo que no sea apoyar a Xóchitl, apuntalar su candidatura, opera en contra, es una pérdida de tiempo, de esfuerzo y de dinero. Porque el reto de este momento es transformar la burbuja mediática en puntos de reconocimiento y apoyo a la candidatura de Gálvez. Esa es la tara de la oposición. No hay otra.
Claro, apuntalarla significa que personajes como Santiago Creel y Enrique de la Madrid –que participan legítimamente en la contienda– se sumen a Xóchitl y que los partidos les den una senaduría o una diputación. No son ningunos habilitados y harán un buen papel, sin duda, pero los viajes y esfuerzos que están haciendo ahorita deberían tener un enfoque más práctico y ganador –como puede ser la competitividad de Xóchitl– que enfocarse en no perder por mucho o crecer a costa de abollarle la bici de la hidalguense (cosa que cualquiera que quiera crecer ante el electorado y esté en desventaja tendría qué hacer). De la Madrid ha hecho un trabajo significativo en redes y medios. Ha dejado de ser un funcionario extraviado del neoliberalismo y ha construido un perfil que mucho agrada a ciertos sectores del electorado de la derecha y socialdemócratas, pero su personaje público no encaja en esta elección; Creel podrá ser el Muñoz Ledo de la derecha y ser el legislador reconocido –que ya lo es– y convertirse finalmente en el hombre Constitución (el superhéroe de sus sueños). Todos ganan con Xóchitl candidata.
Si se ha conseguido –por diversos factores y apoyos– que Gálvez sea un reflejo de esperanza y alegría en la elección por venir, eso es lo que habría que cuidar. Evitar que ese factor sorpresa se desgaste en una batalla política en la que la ataquen o la protejan. A menos de que ella llegue, por ejemplo, con 2 millones de firmas para ver si así se termina algo que no tiene caso continuar. Si participa está obligada a aplastar, a no dejar duda de su triunfo y superioridad.
Por eso procede la declinación de sus adversarios. Declinar es también parte de la competencia y es tan democrático como participar en una elección y mucho enaltece a quien lo hace con honor y camaradería. Es una apuesta por la palabra “todos” en lugar de “yo”, una forma de reconocimiento a la nobleza de la política; declinar es sumar y construir el espacio común.