El escándalo protagonizado por el presidente del PAN, Marko Cortés, no es poca cosa. Es quizás una de las únicas muestras que tenemos que combina en uno solo tuit –menos de media cuartilla– lo que se piensa de la actual clase política: corrupción, cinismo, ambición desmedida, estupidez, falta de escrúpulos y la carencia de una brújula moral. Todo eso representa el presidente del PAN. Es lo que él eligió representar y hacer del conocimiento público. No se puede pensar de manera distinta ante el mensaje que dio reclamando la falta de cumplimiento de acuerdos al gobernador de Coahuila, un priista que ganó las elecciones el año pasado.
A nadie asustan las negociaciones. La política en sociedades democráticas se hace a través de negociaciones en diversos ámbitos: electoral, legislativo, de gobierno. Se entiende que una alianza partidista para competir en una elección tenga componentes negociados a la hora del triunfo. Este y aquel puesto o tal posición son parte de lo que se pone en la mesa. Hasta ahí todo entendible. El asunto con el señor Cortés es que es presidente de un partido, una de las partes de esa alianza, y que sea él quien ventile lo negociado pone en duda su probidad como político.
Sin embargo, lo sorprendente es lo negociado y el enojo del panista. Pedir una subsecretaría es comprensible. Exigir notarías públicas ya es de llamar la atención y querer disponer de un porcentaje de la recaudación pública es lo que se conoce como bandidaje –por decirlo elegantemente–. Solicitar que se ponga de magistrado a un dirigente panista elimina cualquier crítica que ese partido quiere hacer sobre la señora Lenia o el “doctor” Ulises Lara. Y ya como cereza del pastel, junto con todo eso, pedir el instituto de transparencia estatal es una cosa de risa loca. El exhibicionismo del panista llegó a niveles insospechados.
Todo es vergonzoso en este tema. Lo negociado, el tipo de papel exhibido y, sobre todo, la decisión de Cortés de hacer pública la porquería en que se mueve, la miseria de su vida política, la revelación de sus intereses y resortes en su desempeño. El dirigente panista creyó que iba a exhibir al gobernador de Coahuila como un político irresponsable y poco confiable, un hombre sin palabra. Vistas las cosas es perfectamente entendible que el gobernador Manolo Jiménez no le haya cumplido al coprófago panista. Un aliado de esos es una bomba de tiempo.
Marko Cortés ha demostrado, por voluntad propia, que es cierto todo lo que se dice de él y de sus andanzas en la política. No sólo es un político nefasto y deshonesto, carente de la ética más elemental, es también un pésimo aliado. La alianza con el PRI en la campaña presidencial está apenas arrancando y él decide golpearla con sus demandas y exigencias de dinero. También es un desastre como líder. La candidata Xóchitl Gálvez atravesaba finalmente una buena semana cuando Marko decidió mostrar su ínfimo nivel como dirigente partidista.
Es probable que ya nadie se quiera sentar con Marko Cortés a negociar siquiera la cuenta del desayuno. Es hoy por hoy el político más desprestigiado (ni su socio Alito le gana). El PAN debería aprovechar la coyuntura para quitarlo, aunque se quede de senador, pero no puede ni debe ser la cara de ese partido.
Al darle la razón a los críticos del PAN que señalan la pudrición de ese partido a manos de sus liderazgos, Cortés recuerda aquello que menciona el escritor español Manuel Vilas en su novela Ordesa, que los políticos españoles “se hunden, se convierten en víctimas absurdas. Sólo piensan en comprarse casas y coches y en viajes de lujo y en hoteles de seis estrellas. Están llenos de vacío”. Pues eso: Marko Cortés está lleno de vacío.