El presidente López Obrador advirtió que la que él llama la derecha –que no es otra cosa que la forma en que agrupa y denomina a todos sus adversarios– ya había llegado a niveles intolerables y había tomado las calles, actividad y modo de protesta que eran de su exclusividad en las décadas pasadas. Es probable que, encerrado en su mundo de pacotilla, lleno de sucesos imaginarios en los que él es un héroe histórico que combate a los malos del mundo, no se haya dado cuenta de que, en realidad, él ya no es de izquierda, y que la derecha ya no es como él la pensaba y que no es más que un populista… de derecha.
Lo cierto es que en el mundo ha cambiado y en muchos lados ni la izquierda ni la derecha son lo que parecen o lo que eran. El Mundo, periódico español, publicó esta semana un texto de José María Robles, que hace alusión al mundo al revés, porque ahora en España “la derecha es punk y la izquierda, puritana”. Robles señala el cambio de una derecha que quiere abrir los bares más horas y una izquierda vigilante de la moral que te regaña por escuchar determinada canción. Cita también un artículo aparecido en estos días en The New York Times, firmado por Ross Douthat, que habla de ese cambio también en Estados Unidos: “A la derecha online le gusta la transgresión por sí misma, mientras que la progresía cultural chapotea en la censura y se preocupa de que la Primera Enmienda vaya demasiado lejos. El conservadurismo trumpiano coquetea con el posmodernismo y canaliza a Michel Foucault; sus rivales progresistas son institucionalistas, moralistas, confiados en el relato oficial y las credenciales establishment”.
Lo cambios en la cancha ideológica han sido rápidos y notables. La parte de la izquierda progre ya es nada más la defensa de una generación que ya ve crecer a sus nietos y trata de entender a qué hora se jodió todo, como se preguntaba aquel personaje de Vargas Llosa. Y es por la llegada de lo que Robles menciona como la democracia, en la que lo emocional sustituye la acción política. Como lo político se ha movido de un lado para otro, vimos a Lula haciendo campaña diciendo que él estaba en contra del aborto para conquistar votos más allá de su espectro ideológico, lo que confirma Robles, “presentarse con la cara del adversario hasta confundirse con él”, ya no suena inverosímil.
Es, en términos futbolísticos, un cambio de cancha, pero también de uniformes y hasta de aficionados. El crítico cultural español Edu Galán le dice a Robles en el texto citado: “La izquierda era algo fascinante y ahora se dedica a echarte la bronca por escuchar una canción. Han adoptado la cháchara liberal norteamericana, su moral, el discurso de ‘siéntete mal’ de Silicon Valley”, denunciaba el cofundador de la revista Mongolia. “Esta izquierda, en lugar de levantar la cabeza y mirar a la realidad social, lo que hace es suscribirse a Disney+. La derecha, en cambio, ha visto claramente que en Occidente el discurso férreo sobre la vida privada de la gente provoca rechazo. Es una derecha que no se mete tanto en qué comes o en qué películas ves. O, al menos, lo hace mejor. Ha aprendido a hacerlo”.
El propio López Obrador abarca campos que no correspondían a su marco ideológico: su austeridad, más que franciscana –una de sus debilidades: compararse con prohombres, santos, mártires–, es tatcheriana; su conservadurismo tiene toques del siglo 19 y su puritanismo es verdaderamente alarmante al querer meterse a normar la vida de las personas, sus lecturas, sus compras y sus hábitos. Lo que está haciendo es ocupar zonas de valores que, por ejemplo, antes tenía el PAN, en el discurso familiar. Eso que hacía él, ahora lo hacen sus opositores. Es juego nuevo.
López Obrador ocupa zonas de valores que, por ejemplo, antes tenía el PAN