Para los políticos sus familias son un problema potencial. Que si el hijo, que si el primo, que si la sobrina o el cuñado. Todos forman esa granada que es la imagen de un personaje público. Por cualquier lado puede salir el abusivo, el escandaloso, el negociante, el vicioso, el frivolazo, el adinerado, el bueno para nada. Y basta cualquier cosa para cargársela al político y hacerlo responsable de la conducta ajena. Como si fuera responsable de las ambiciones y desaciertos de los demás.
Del otro lado funciona igual. El político, el hombre público resulta una calamidad para los otros miembros de la familia. Que todos deben cuidar la imagen del fulano porque es muy importante para el país; que no puedes aspirar a ningún puesto directivo porque van a creer que es un favor para el sujeto; que no puedes comprar tal cosa porque te vas a ver despilfarrador; que no hagas bromas porque parecen mofas desde el poder; que nada de viajar porque se da la imagen de ser millonario; que tienes que pensar lo mismo para no contradecirlo; que nada de excesos porque lo afectas. En fin, que sinsabores los hay de los dos lados.
El asunto viene a colación por la famosa boda en Malinalco de una sobrina de Claudio X. González y de la que circulan videos en redes sociales. Como se sabe, Claudio ha fundado una organización opositora a López Obrador –ese es su motivo principal. El señor González ha hecho desde hace tiempo una suerte de oposición desde diversas posiciones. Digamos que siempre ha estado aventando piedritas desde algún balcón sin haberse animado a salir a la calle. Finalmente lo hizo con la organización Sí por México, de la que es fundador y dirigente. Desde esa trinchera propone agendas y políticas públicas, anima a ciudadanos y negocia con partidos políticos a aceptar conceptos, planteamientos y candidatos a puestos de elección popular. Es decir, estamos ante una organización política de oposición (cosa que hay que celebrar independientemente de si nos convence o no).
¿Es culpable Claudio X de la decisión de sus familiares de contraer matrimonio y festejarlo con centenares de personas en uno de los peores momentos de la pandemia Covid? Por supuesto que no. ¿Debemos saber si el señor Claudio asistió a la boda y participó en el festejo? Por supuesto que sí, que tenemos el derecho a saber de la conducta de quien quiere moldear y definir parte de la agenda y la vida pública nacional. No es importante quien la organizó –aunque deja ver una conducta frívola, poco solidaria e irresponsable de los organizadores– sino si el señor participó en esa colosal irresponsabilidad.
Es claro que las autoridades gubernamentales llevan la mayor gravedad en el asunto de la pandemia y por lo tanto tienen que llevar la crítica correspondiente. Pero quienes desean erigirse en balanza y baluarte de la vida pública, también deben de pasar su conducta por el rasero de la calificación. Una de las mayores miserias de nuestra oposición se desprende de ese comportamiento: la enorme distancia entre lo que hacen y lo que dicen. Una nueva organización no debe ser salpicada por la irresponsabilidad de uno de sus dirigentes. Mucho ha indignado a la ciudadanía la indolencia de las autoridades ante la pandemia. Que los opositores los critiquen mientras bailan frenéticamente “La macarena”, “El azerejé” o “El venado”, también inflama de coraje. Si bien conocemos las críticas sistemáticas –y acertadas muchas de ellas– de Claudio X. González al lopezobradorismo, también debemos conocer cómo se desenvuelve fuera de las escaramuzas de la política. Es relevante –por su condición de dirigente opositor– que aclare, en su caso, la asistencia o no al nefasto evento de Malinalco.