La revocación del pasado domingo tiene números para todos. Para estar contentos, para alarmarse, para festejar la victoria, para cebarse en el fracaso. Es de esos eventos que caben perfectamente en aquello de el vaso medio lleno o medio vacío.
Tomemos palabras del Presidente. Dijo en su mensaje del domingo que son más de 15 millones los que están contentos con la transformación. Ha de sonar motivante para él. Quizás esperaba el desastre, el repudio generalizado, que sería lógico para quien, según él mismo, es “el Presidente más criticado de la historia de México”. Ahora bien, cualquiera que se asome al país a echar un ojo no entenderá cómo es posible que salieran siquiera 5 millones para apoyar a este gobierno que ha tomado la forma de manicomio en el que todos suponen que el de enfrente está loco y el que está peor es el director del recinto y ya no hay nadie que atienda.
Todos sabemos que el fuerte del Presidente no son los números, pero en estas situaciones se acompaña de las cifras oficiales. Así que los 15 millones son su piso, su voto duro, el que está a prueba de fuego. No está mal para una persona. Ya para un partido en el poder no es para echar las campanas al vuelo. Por supuesto que cuando ves que el Presidente de ese partido se dedica a manejar una camioneta para acarrear gente a votar, uno entiende más cosas de las que suponía.
Hace unas semanas el Presidente dijo que los conservadores eran unos 25-30 millones de personas en el país. Esto significa que, según sus propios dichos, los conservadores son, bajita la mano, 10 millones más que el chairismo radical, por llamarlo de alguna manera. Como uno puede darse cuenta, las cifras que maneja el Presidente son buenas para ambos lados.
Si la oposición se pone las pilas –es un decir, una ilusión–, no es nada mala la cifra de 25 millones –hagamos a un lado la de 30–; de hecho, desde ese número el triunfo es más que viable. Sin embargo, para el Presidente –tomando su cifra de 15 millones muy felices con su transformación– se puede antojar difícil la situación de 2024 pues no será él el candidato y la pérdida de “voto blando” parece muy grande. Por supuesto a su favor corre que tampoco se instaló la totalidad de casillas –por si alguien quiere pretextar la cuestión logística–, pero tampoco hubo contrincantes y solamente se anunció él con un despliegue propagandístico propio de campaña presidencial.
Total, que todos tienen chamba qué hacer con los números. En especial personajes como Claudia Sheinbaum, que ha tirado por la borda el escaso carisma que tenía para convertirse en un remedo patético del Presidente, que da verdadera lástima verla desgañitarse en los micrófonos. Deberían hacer algo por ella. La oposición, pues quién sabe qué hará. Tiene la oportunidad de, con la negativa para aprobar la reforma eléctrica del Presidente, consolidarse ante su electorado y borrar tanta pifia reciente. Es claro que los partidos opositores no gozan de buena reputación, pero más allá de eso, los 25 millones de que habla el Presidente ahí están y se requiere de una candidata o candidato que sepa ir por ese voto. Es claro también que la corcholata que vaya a escoger el Presidente para representarlo en la contienda tendrá un mínimo, nada despreciable, de 15 millones. A ver qué hace cada quien con esos números.
Esta columna se tomará unos días y volverá a aparecer el 22 de abril.