La semana pasada hubo una sucesión de eventos que, más que formar meras declaraciones, mañaneras aisladas o intentos de distracción, constituyen un fiel retrato de nuestro Presidente.
Podríamos empezar por su sistemática evasión de las responsabilidades culpando a otros de lo que tendría que afrontar él como Presidente. El caso de la violencia en el Estadio Corregidora –información que le dio la vuelta al mundo con imágenes brutales de una gresca gigantesca– le mereció como respuesta que se trataba de “resabios de los gobiernos neoliberales anteriores”. ¿Qué tiene de neoliberal una agresión multitudinaria de la porra de un equipo a otro? Donde muchos ven la mano de bandas organizadas, apología de la violencia y conductas antisociales, el presidente López Obrador ve un enfrentamiento entre alumnos de Milton Friedman. Fue una muestra más de cómo evade la realidad y de que él es el verdadero resabio del neoliberalismo en su versión de enemigo.
También la semana pasada salió en defensa del fiscal Gertz. Dijo que confiaba en él como se opina de un subordinado y que lo entendía como humano. El fiscal Gertz lleva meses protagonizando escándalos en la procuración de justicia del país por el manejo que ha hecho de la fiscalía, institución que ha volcado para atender sus rencillas y venganzas personales que van desde sus familiares hasta sus excompañeros de trabajo. La fascinación del Presidente por el pleito lo lleva a mantener avivadas las diferencias francamente alarmantes entre sus más cercanos. Peor aún, con su apoyo incondicional al fiscal, ha manifestado su satisfacción por la conversión de la fiscalía en un lugar en el que lo relevante son las fobias del titular y no las promesas de justicia que hizo el Presidente ante sus electores. Para quien ha negado a su propio hermano –como lo hizo públicamente hace unos años con Arturo–, que se deshagan entre los suyos es poca cosa y más bien le producen satisfacción, pues quien importa es él y no hay más horizonte.
En una de las mañaneras de la semana pasada, para evidenciar las duras críticas que se le hacen y que lo han convertido, según él, en el Presidente más criticado de la historia, mencionó un artículo del periodista Amador Narcia que, supuestamente, se llamaba “el presidente imbécil”, según mencionó el propio López Obrador. Resulta que el artículo se llamó El imbécil de Palacio y hacía referencia al responsable de Protección Civil en Presidencia. Es claro que el Presidente no lee ni siquiera lo que cita. Además de la chunga sobre el adjetivo –lo que seguramente también le entretiene–, el episodio revela el desorden que priva en su oficina, que ni siquiera hay alguien que le diga qué escribió el sujeto en cuestión. Es la improvisación en todo, la falta de planeación, el desorden y, ciertamente, la imbecilidad.
Y de cierre, la carta al Parlamento europeo. Lo ramplón y majadero del texto no es tan importante como lo que revela. Además de exhibirse como alguien que ignora todo sobre compromisos internacionales y la actual situación de Europa, deja en claro que estamos ante un Presidente que gusta, de manera abierta, de insultar a quien sea. Nada lo limita. Lo mismo le parece bien agredir a España, Austria o a los parlamentarios de la Unión Europea. Se entiende que Marcelo juegue un papel importante con Perú, Bolivia y Nicaragua. En lo demás es aplastado por los rencores presidenciales que llegan al nivel de ponerse a hacer una carta infame que, más que por los insultos a los parlamentarios, lo deja ver al mundo como un personaje infantil, un tipo berrinchudo con respuestas primarias para asuntos que, por su complejidad, escapan a las entendederas de un nacionalista rústico que encuentra en el vituperio niveles de plenitud.
Lo dicho: la semana pasada fue un fiel retrato del Presidente que tenemos.