Y que llega “un señor vestido de mujer” que revela lo que ya todos sabíamos: que el Presidente es un ultraconservador. Ninguna novedad. Solamente la escena del saludo de beso y la repugnancia presidencial evidente era algo que no habíamos visto. Pero al día siguiente refrendó su conservadurismo diciendo lo del disfraz del señor.
Se entiende. El Presidente es un hombre mayor, un tipo cerril, premoderno que no tiene por qué aceptar todas las cosas que la realidad le presenta. Con la edad hay asuntos que se prefiere no entender.
Pasa con los papás, y luego pasa con los hijos cuando ya se perfilan a dar el abuelazo. Sin embargo, es el Presidente de la República y la realidad no le puede parecer lejana; al contrario, está obligado a verla de cerca. Sabemos que no le hace fuchi al narco ni al crimen organizado; si puede los saluda, les pide perdón y aprovecha cualquier ocasión para recordar que, aunque maten, torturen, extorsionen y secuestren, también son seres humanos y merecen comprensión. No es el caso de sus opositores, de quienes piensan distinto que él, de los que tienen otras opciones políticas. Esa es gente que no merece compasión alguna, entra en la categoría de subhumanos, traidores a la patria, gente sin principios ni valores, hipócritas, sepulcros blanqueados, raza de víboras, en fin, subhumanos como el “señor vestido de mujer”.
El machismo del Presidente, sus desplantes misóginos, su puritanismo trasnochado, es algo que apena y avergüenza a sus leales. Gente que se siente progre, de avanzada, representantes de la izquierda histórica pero que, para su desgracia, tiene que vérselas con un líder, al que adoran, que es todo lo contrario. Las justificaciones que argumentan llegan rápidamente a niveles de autohumillación verdaderamente conmovedores que ni el Presidente entiende, y peor aún, ni les agradece.
Este asunto del “señor vestido de mujer” resultó ser un problema entre compañeros de partido. En efecto, el del disfraz era una diputada de Morena, una fan del Presidente que lo llamó y le dio beso. A saber qué vio, oyó o sintió el primer mandatario que de inmediato respingó y al día siguiente, en tono de queja, comentó que se sorprendió con el disfraz, pero que él no tiene empacho en respetar las decisiones de cada quien –lo cual todos sabemos que no es cierto–, y además salió con la típica respuesta del que siente que debe mostrarse alivianado ante las miradas que lo censuran. Ante su desprecio por la compañera aclaró públicamente: “Yo beso a los hombres y me besan, el hombre tiene sentimientos”. De risa loca. Todos sabemos que el único beso que el Presidente tiene normalizado entre hombres es del de Judas y sabemos lo que eso significa.
Al final del día fue una muestra más del humanismo mexicano que predica López Obrador. El desprecio al diferente, la mofa sobre quien decide un camino distinto, fustigar a toda persona que no le signifique un rendimiento electoral. “El señor vestido de mujer” es una muestra más de que el Presidente es una mala persona, un puritano que exige obediencia, un fanático religioso vestido de presidente.