El dato es demoledor: Estados Unidos llegó en un día (el pasado viernes) a vacunar contra Covid a más de un millón de personas. Ese mismo día, en México se vacunó a poco más de 3 mil (Reforma 06/02/21). Así está el comparativo de vacunas entre ambos países.
La diferencia estriba básicamente en la organización gubernamental –y claro, en la disposición de las vacunas– para llevar a cabo un operativo de complejidad nacional. Hemos visto imágenes del estadio de los Yankees de NY convertido en centro de vacunación, lo mismo que otros centros deportivos en aquel país (tan solo la NFL ofreció esta semana al gobierno ocho estadios para efectos de llevar a cabo la vacunación). Aquí todo está supeditado al interés electoral del presidente López Obrador (en el supuesto de que tuviéramos vacunas).
Es claro que el proceso de vacunación en el país es un desastre, como lo ha sido toda la estrategia durante la pandemia. Trump también tuvo un manejo desastroso de la pandemia (por varias razones, pero entre ellas ésa, perdió las elecciones), sin embargo –y quizá debido a una asesoría científica correcta–, supo que había que invertir a tiempo en las vacunas y desplegar el esfuerzo que hoy Biden refuerza. Aquí, la cosa está para llorar.
El cretino criminal de López-Gatell sigue a estas alturas peleándose con el tapabocas, el número de muertos crece alarmantemente y no hay vacunas, ni rusas, ni cubanas, ni de ningún lado. Los números del país son pavorosos y ya son varios los países que exigen a los viajeros mexicanos pruebas contra el virus y no tardan en ponerlos en cuarentena al entrar –o suspender vuelos como lo ha hecho ya Canadá–, si no es que, por ejemplo, EUA nos cierra las fronteras ante el temor de que sean ahora mexicanos los que propaguen la infección al no estar vacunados.
Bob Woodward, el premiado periodista y director asociado del Washington Post, en su nuevo libro sobre Trump titulado Rabia (ed. Roca), da a conocer el resultado de 17 entrevistas que tuvo con el expresidente durante su mandato. El resultado es un libro que simplemente confirma el desequilibrio mental del hombre naranja (las referencias a su relación con Kim Jong-un, son de carcajada). El libro da inicio con una referencia del 28 de enero de 2020 cuando enteran, en una reunión de altísimo nivel, a Trump del brote del virus en China. “Ésta será la mayor amenaza a la seguridad nacional a la que se enfrente su presidencia”, le dijo Robert O´Brien, su consejero de seguridad nacional. Será “lo más duro que enfrente en su vida”, le insistió el consejero –quizá a esas alturas nadie esperaba el catastrófico modo de su salida–. Lo que siguió ya lo conocemos. El presidente norteamericano hizo caso omiso de las advertencias y unos meses después llegó a recomendar inyectarse el desinfectante Lysol para evitar la infección, lo que obligó al fabricante del químico y a doctores a salir a desmentir al presidente.
La anécdota que cuenta Woodward vale la pena porque podemos imaginar lo que sucedió aquí. López-Gatell seguro advirtió que se trataba de una gripa controlable, el secretario de Salud estaba dormido, el Presidente dijo que no pasaba nada y sacó su “detente” y todos alabaron su calidad moral y reciedumbre ante un embate más de las oscuras fuerzas del neoliberalismo que ahora complotaban internacionalmente en su contra. Algo así con toda seguridad sucedió.
El resultado es qué hicieron ambos países con la misma información. Está a la vista con el resultado de un día: más de un millón de vacunados contra 3 mil. Y esto no tiene para cuando acabar.