Con claridad meridiana, quizá de manera involuntaria, como se dicen muchas de las verdades, Santiago Creel expresó la semana pasada el estatus de la alianza de priistas con panistas mientras explicaba las transas electorales de Morena: “Miren, ni en las peores épocas del PRI, hoy nuestro aliado (risas), pero ya democratizado…”, terminó diciendo sonrojado. La verdad es que lo que dijo Santiago y como lo dijo es lo cierto. La alianza electoral con el PRI tiene más de vergonzosa que de útil.
Los resultados de las elecciones del pasado domingo dan espacio para muchas teorías y reflexiones. Aventuro una: ¿por qué el PAN no va solo en la contienda presidencial? Cuando lo hizo en 2006 ganó. Cierto, en 2012 perdió, pero la alianza de 2018 quedó lejos de ser un éxito. Las alianzas aparentan cierta lógica, pero creer que es un asunto de simple aritmética es un error que se comete muy a menudo.
Veamos a los de la alianza: el PRD perderá el registro en cinco de los seis estados en que hubo elecciones. Eso ya no es un partido, es una expresión política mínima de un sector del electorado. El caso del PRI tiene más complicaciones. Es probable que el PRI pierda el registro en Quintana Roo, tan sólo una muestra del declive tricolor. Pero se argumenta que vale mucho y que tiene esto y el otro y que es un factor de poder. Y lo es, pero es claro que no lo controla el señor Alito. Cada elección es evidente que los gobernadores del PRI le entregan sus estados felices de la vida a Morena. Más allá de embajadas, lo cierto es que se sienten más cómodos de esa manera que jalando con el presidente de su partido. Entonces viene la pregunta, ¿con qué PRI está aliado el PAN? Con el de Alito y el de Rubén Moreira, individuos torvos y oscuros que están haciendo pedazos lo poco que quedaba de su partido electoralmente. ¿Para qué ir de la mano con ellos? ¿Qué PRI funciona, el de la alianza o el de los gobernadores? Todo indica que el segundo.
Ya pasadas las elecciones de este domingo, el PAN debe concentrarse en 2024. Ése es el tema. No hay otro. No es necesario ganar la elección del Estado de México para ganar la Presidencia al año siguiente. Ni Fox, ni Calderón, ni López Obrador ganaron el Edomex y los tres ganaron la Presidencia. Las elecciones presidenciales son baraja nueva, pero más vale saber jugarla bien. Si el PAN apuesta por sí mismo, desde ahora tendrá el tiempo suficiente para que al electorado le quede claro que la elección es entre el modelo de López Obrador, con cualquiera de sus corcholatas, y el de la democracia y las libertades, el desarrollo y la inversión –por decirlo de alguna manera– que deberá enarbolar el PAN. Si se logra eso, no habrá entonces marcas que asusten como los priistas en decadencia o los perredistas del panteón. De hecho, lo ideal es ir a ese bipartidismo y algún otro partido mediano que tenga más bien peso legislativo.
Por supuesto que no es sencilla la decisión, pero no hay mucho qué hacer. Si el PAN tiene un voto duro, digamos, de 15% con una buena candidata o candidato, como fue el caso de Aguascalientes con Teresa Jiménez, que sacó 53% de los votos (30 puntos más que la candidata de Morena). El PRI tuvo ocho puntos.
El PAN debe centrarse en impulsar un proceso de selección de candidat@ a la Presidencia. Ahí sí que pueda ser cualquiera del PAN o de fuera del PAN, pues quien debe conseguir la alianza con los votantes es quien tenga la candidatura. Claro, será muy difícil que alguien que quiera llevar una promesa de cambio quiera ser candidato del PRI.
Por eso la pregunta importante no es qué hará MC, qué hará el PRI o el minúsculo PRD, el asunto es qué hará el PAN. Quedamos a la espera.
La pregunta importante no es qué hará MC, qué hará el PRI o el minúsculo PRD