Los partidos políticos se están convirtiendo en uno de los principales problemas de la democracia en México. Aunque en teoría son ellos un elemento fundamental para el fortalecimiento de este sistema político y de gobierno, en nuestro país se han encargado de debilitarla.
La principal razón es porque los partidos se han convertido en entes de interés particular, que buscan beneficiar a un grupo de oportunistas, a una camarilla, a una familia; no son lo que debería ser: servir al pueblo, a las instituciones mexicanas, y, precisamente, a la democracia. Todo ello, independientemente de su ideología o propuestas.
Los políticos son buenos actores que se ciñen a la búsqueda de poder. Tan es así que muchos ya se saben el libreto para decir sus frases en tiempo y forma; para exponerse en las calles, en la televisión y en las redes sociales; para mostrar su mejor sonrisa en determinado periodo electoral; saben hacerse amigos de los periodistas cuando están en campaña, a pesar de que renegaban de ellos tras una metedura de pata, o cuando se les solicitaba una opinión sobre un tema polémico. Esos son nuestros políticos.
Tratan a los partidos como si se tratara de una empresa, aunque ellos solo venden promesas; han sabido utilizar sus estructuras para su beneficio: placean su marca, le ponen etiquetas a su nombre, colores, nomenclaturas. Deciden no mostrar a los perfiles tenebrosos, pero sí a los que arrojan dividendos, a aquellos que engatusan mejor, ya sea por su personalidad, su forma de hablar o hasta por su belleza. Muchos se dicen, sin serlo, de izquierda, progresistas, de centro, demócratas. Pero la mayoría ni siquiera entienden esos conceptos.
Más allá del análisis sobre los resultados que dejará López Obrador en su gobierno (y habrá quien los calificará de excepcionales y otros de desastrosos. Yo creo que todo análisis tiene sus puntos medios, y hay que saber delinear con ojo crítico las diversas acciones que implementó AMLO en su mandato), es de reconocer que su movimiento supo introducir, en una primera etapa, una bocanada de aire fresco respecto a los partidos existentes, empezando por el PRIAN.
Supo construir un movimiento excepcional, aunque encarnado en una sola persona. Creo fervientemente que los movimientos políticos ideales son aquellos que se gestan bajo varios liderazgos fuertes, como el que fundó en su momento al PRD, un partido que actualmente vive bajo una mediocridad incurable.
El magnetismo de López Obrador era tal, por su coherencia ideológica y sus propuestas que emanaba en cada rincón del país, que logró amalgamar un gran movimiento que derivó en un partido político que pretendía ser de izquierda. Hasta que comenzó a enrarecerse todo.
Supuso que sin 'maicear' a opositores no ganaría la presidencia; pero al mismo tiempo, con esa decisión comenzaron los problemas, porque abandonó también la ideología. Se repitió la historia de lo que han hecho todos los partidos políticos, aunque, incluso, varios nacen sin ella.
Cambió la ideología por el esoterismo político y permitió la entrada a cualquier personaje. Convirtió al partido en una poderosa máquina electoral, pero sin sentido de izquierda, por más que se llenen la boca diciéndose de esa corriente. Ahí hay expriistas, expanistas, experredistas; hacen alianza con el Partido (familiar) Verde, siempre envuelto en el oportunismo; hay apoyadores de líderes de iglesias como Naasón Joaquín… en fin, a todo aquel o aquello que criticaron, ahora los ungen como almas en pena a punto de redimirse.
Los partidos políticos normalizan estas prácticas y ahí está el daño a la democracia. Ahora vemos a las dos Morenas, un partido que da puestos a diestra y siniestra, sin importar la ideología de donde provengan, absortos en su gran poder.
El PAN y el PRI desde hace tiempo dejaron de ser partidos políticos que aporten algo. Mantienen a sus camarillas impávidas a la espera del nuevo hueso, incluso entre ellos hay canibalismo, se arrebatan el nuevo puesto en la Cámara de Diputados, o de Senadores.
Ellos de plano, desde hace tiempo perdieron toda perspectiva de ofrecer, luchar o defender una ideología, solo esperan a recibir los millonarios presupuestos públicos. Su estrategia no es proponer, sino ofender al partido en el poder y de esta forma hacerse pasar como la “alternativa”. Su sistemática corrupción y gobiernos deficientes, les ha quitado toda credibilidad ante una ciudadanía que ya no cree en ellos.
Por ahí navega una marca, “MC”, que trata de aparentar ser el partido joven; pero no es más que una caricatura de nuestro sistema de partidos. Sin ideología alguna, pretenden hacerse los progresistas. No obstante, su presidente nacional siempre está a la expectativa de hincar el diente en la futura elección para mantener su boyante negocio; por su puesto, arrastra consigo a un mosaico de supuestas estrellas de sonrisa fácil y mentes de ocasión, listos para seguir amamantándose de las regalías que les ofrecen, sin hacer prácticamente nada.
“... los partidos se han convertido en entes de interés particular, que buscan beneficiar a un grupo de oportunistas”