Las ciudades son entes vivos, en las que todos los días podemos ser testigos de sus acelerados procesos de cambio. Son ecosistemas que crecen, mutan, se expanden o contraen; y en las que pasa la vida de casi seis de cada diez de las personas en este planeta, según datos del Banco Mundial. Esta cantidad de humanos y países dan como resultado una natural diversidad de ciudades.
Existen ciudades milenarias, que en su morfología podemos percibir el eco del tiempo en sus trazos, materiales, sitios de culto y tesoros arquitectónicos. Son resultado de siglos de un proceso en constante evolución que las llena de historia y también determina en gran medida sus posibilidades de transformación. También hay otras de más reciente creación, como Brasilia o Putrajaya, en Malasia, grandes urbes producto de la ambición moderna que fueron planificadas en su totalidad. Hay ciudades que han sufrido guerras y saqueos; y las que han sido creadas conforme a migraciones multitudinarias que, en la misma esencia de su naturaleza, son el resultado de una comunidad que se organiza para vivir y no de la urbanización hecha desde el escritorio.
Así como hay enorme cantidad de comunidades en nuestro planeta, también la hay de ciudades. Cada una con sus propios problemas y retos por superar. Sin embargo, hay ciertas características que podrían hacerlas más vivibles, más justas y más amigables para quienes menos tienen. Esto último parecería algo muy abstracto, sin embargo, las ciudades nos muestran los consensos sociales –o en su defecto las prioridades de sus élites– todos los días a partir de sus características. Lo anterior depende de la vitalidad democrática de sus sociedades, pero también del compromiso que tienen sus gobiernos con construir con base en las necesidades reales de su población.
Todo, absolutamente todo, deja ver cuáles son las prioridades sociales en una ciudad. Esto incluye, por ejemplo, la inversión de más recursos para áreas verdes, rampas y banquetas o a grandes avenidas. ¿Se puede llegar a todos los rincones de una metrópoli en transporte público o es necesario subirse al auto? ¿Qué tipo de vivienda prevalece y dónde está ubicada? ¿Existen instrumentos vinculantes y democráticos de planeación o el crecimiento es gobernado por el mercado? ¿Qué tipo de inmuebles abundan, los centros comerciales, los museos, los hospitales o los centros educativos? Estas preguntas nos permiten darnos cuenta de hacia dónde se orientan las preocupaciones, las motivaciones y las aspiraciones de una ciudad y su gente.
Y son estas prioridades las que deben llevar las autoridades que gobiernan una ciudad, las cuales todos los días toman decisiones que van moldeando las urbes. En algunas ocasiones, gobiernos con la suficiente visión pueden dejar una impronta que perdura por décadas, o incluso siglos, generando valor que las personas pueden gozar por mucho tiempo. ¿Qué sería hoy de la Ciudad de México sin la intervención de Miguel Ángel de Quevedo y su ambicioso proyecto de arbolado para el entonces Distrito Federal? ¿Qué hubiera pasado si las autoridades municipales de Nueva York hubieran decidido dejar en las manos del interés económico más inmediato el desarrollo de la ciudad y no crear el gran proyecto que hoy conocemos como Central Park? o ¿Cómo sería hoy la convivencia en las ciudades de Medellín y Bogotá si no se hubiera puesto al centro de las decisiones públicas que las niñas y niños más pobres tuvieran las mejores bibliotecas, escuelas y transporte público?
Como podemos ver, es una ficción pensar en una “ciudad superior” en la lógica de un ranking, que tiene resueltos todos sus problemas y que pueda servir de modelo para todas las demás. Tampoco se trata de construir ciudades “bonitas” o bajo un modelo de lo deseable que se funda en una visión colonial.
Lo que sí es posible es aspirar a construir mejores ciudades para vivir. Estas ciudades son las que ponen en el centro de su planificación la idea de la excelencia de lo público, la participación de las personas, el acceso a derechos como al transporte público, la vivienda y el esparcimiento, y el cuidado de nuestro patrimonio histórico, natural y cultural. Atrás quedó la idea de que existe una “mejor” ciudad para vivir. Existen muchas formas de vivir en ciudad, y la mejor es la que más escucha a su gente y se construye en consecuencia.“Lo que sí es posible es aspirar a construir mejores ciudades para vivir. Estas ciudades son las que ponen en el centro de su planificación la idea de la excelencia de lo público”