Existe un fantasma escondido detrás de las coyunturas y emergencias propias del tiempo pandémico. El escenario, siempre cambiante, hace que sea casi imposible dedicarle atención y seguimiento a un tema en especial.
No es para menos, el reto incluye una multitud de preocupaciones que aturden al enunciarse: la variante ómicron, los crecientes enfrentamientos entre el crimen organizado y las fuerzas del orden público, la crisis climática, de migración de logística e inflación, son tan solo algunos de los muchos temas que diariamente ocupan nuestras mentes. Y sin embargo, el fantasma se esconde detrás de lo que parece, y en esencia es, urgente.
Este fantasma avanzó sigilosamente al margen de todas las crisis, convirtiéndose en una de las mayores emergencias que hoy amenaza a esta generación y a las que vienen detrás.
Desde la llegada del Covid-19 hace casi dos años, el abandono de las aulas significó para toda una generación de estudiantes, dar un enorme paso atrás. Datos presentados por el Laboratorio de Acción contra la Pobreza Abdul Latif Jameel (J-PAL) evidencian que el cierre de escuelas debido al Covid-19 ha provocado una crisis en la educación en América Latina y el Caribe: 170 millones de estudiantes de la región faltaron a la escuela, sumado a que los resultados educativos están empeorando mientras las brechas socioeconómicas se amplían.
Adicionalmente, el Banco Mundial estimó que otros 7.6 millones de niños en la región no finalizarán la primaria sabiendo leer y escribir con soltura, y en algunos países, las pérdidas de aprendizaje podrían equivaler a casi un año escolar entero.
No podemos enmarcar al fantasma únicamente como rezago, pues a la ya crítica situación de la pandemia, se sumaron elementos estructurales que venían golpeabando a nuestro país desde hace tiempo: la creciente violencia en núcleos familiares, la adicciones, la explotación y el abuso infantil, la desigualdad. En resumen, crisis que han permeado de manera directa tanto en el desarrollo cognitivo como en el desarrollo educativo de las y los más pequeños de nuestro país.
Podríamos lamentar la falta de acción de la Federación, el desinterés de un gobernante o a las administraciones pasadas. Nada ganaríamos con ello. Estoy convencido que una crisis de este tamaño permite pretextos de todo tipo, pero también es un llamado a la acción sin precedentes. Este es el momento en que estos problemas que parecen enormes y sin solución, pueden tomar una dimensión de soluciones concretas. Hacerle frente al fantasma, romper ese espacio conformista y resignado que nos dicta “que nada se puede hacer”.
Es posible ahuyentar al fantasma y estoy convencido de que hoy más que nunca, tenemos todos los recursos –y la creatividad– para lograrlo. Perú, por ejemplo, lanzó el primer laboratorio de innovación para la política educativa, Chile implementó un sistema muy exitoso para reducir las brechas de información entre padres y escuelas y mejorar los resultados educativos a través de mensajes de texto de alta frecuencia, Brasil desarrolló una plataforma de aprendizaje en línea que mejora los puntajes de los exámenes y las actitudes de niños y niñas hacia las matemáticas.
Tampoco podemos pasar por alto el compromiso inquebrantable de las y los maestros que a pesar de sufrir la pandemia en carne propia, continúan redoblando esfuerzos para liderar la batalla educativa en nombre de la vocación. A todos ellos y a todas ellas; gratitud eterna.
Sobran razones para que no muera la esperanza. Que no quepa duda, es cierto que nos enfrentamos a un reto enorme, pero también es cierto que, en ningún otro momento histórico, habíamos estado tan preparados y preparadas como civilización. El aprovechamiento de las tecnologías emergentes, el diseño de políticas públicas educativas basadas en evidencia y los múltiples estudios que subrayan la importancia de abordar el rezago educativo desde la interseccionalidad –nutrición, salud mental, economía, inseguridad– amplifican esa luz que se asoma al final del túnel.