Los anuncios sobre el retorno a las aulas, de los conciertos y eventos masivos, así como el paulatino retiro de la utilización forzosa del cubrebocas precedió a algo que temían muchas personas: la vuelta al trabajo en la oficina.
Fieles a la tradición mexicana que en la adversidad busca reírse, hemos visto gran cantidad de publicaciones sobre el regreso a la presencialidad, al mundo del “godinato”, a las madrugadas interrumpidas por los largos trayectos, el tráfico y las malas condiciones del transporte público. Más allá de las risas que nos han provocado, vale la pena detenernos a reflexionar sobre qué existe subyacente a estas observaciones cómicas. A veces los memes nos dan pistas, no solo risas.
De entrada, he leído cómo en redes sociales se posiciona la idea de que quienes se resisten a volver a la presencialidad lo hacen porque son “perezosos”, parte de esa percepción errónea de que en nuestro país se trabaja poco y se privilegia el descanso. Nada más lejano de la realidad.
México es, según la OCDE, el país con más personas trabajando jornadas largas, es decir, jornadas que suman más de 50 horas a la semana. Prácticamente una de cada tres personas que trabaja labora más de ocho horas al día. También, somos el país con menos vacaciones dentro de la OCDE. Mientras los países miembros tienen entre 30 y 10 días libres, las y los mexicanos tan solo cuentan con 6 días de descanso en promedio. Así que el argumento de “las pocas ganas de trabajar” se termina cayendo por sí solo.
Otro elemento que también se ha puesto al centro del debate tiene que ver con la conveniencia de volver buscando mayor productividad laboral y el bienestar de las y los trabajadores; sin embargo, según estudios como el de la firma Great Place to Work, los indicadores de productividad de las empresas permanecieron similares o incluso aumentaron con la llegada del trabajo remoto. Esto se debe, según el mismo estudio que recibió información de casi 800 mil participantes, a la omisión del tiempo perdido en largos trayectos, las distracciones en el espacio de trabajo o las juntas innecesarias.
En el plano de la salud mental, la Organización Internacional del Trabajo y la Organización Mundial de la Salud concluyeron que el teletrabajo puede tener un impacto positivo en las personas si las empresas brindan los materiales necesarios para poder hacer su labor, se establecen directrices claras para las jornadas y se establece y respeta el derecho a la desconexión. Sin estas medidas, el impacto en la salud mental será negativo y hará aún más grandes las brechas de género y de ingreso.
Aunque parezca materia de memes o bromas, el regreso al trabajo presencial permite que hagamos un repaso de los cambios que pueden ocurrir en nuestro país, entre los que se encuentran leyes, normas, políticas laborales y la necesaria transformación de la cultura laboral, organizacional y la erradicación de prejuicios.
Reformas de este calado podrían parecer muy lejanas o casi imposibles, pero conmemoraciones como el Día del trabajo son útiles para refrescar la memoria. Hace un siglo se veían imposibles algunas luchas: al disfrute de un día de descanso, a recibir una remuneración equitativa para hombres y mujeres, a tener un salario que no fuera en vales de una tienda de raya, entre muchos otros avances que han logrado el activismo y las luchas laborales.
Como dice el comediante Franco Escamilla: “parece chiste, pero es anécdota”. Ahora que nos reímos de los memes sobre el fin del trabajo a distancia encontramos oportunidad para provocar una discusión sobre cómo adaptarnos a las nuevas posibilidades y problemas que genera el retorno a la presencialidad laboral. Con ello, podemos poner luz sobre los retos inherentes a las jornadas laborales, las nuevas formas de trabajo en plataformas digitales, la salud mental y la necesidad de desconectarnos de los espacios de trabajo, entre muchas otras luchas pendientes.