Pedro Kumamoto: La erosión de la escucha

Una y otra vez regresan a sus noticias falsas, a defender a personajes corruptos que han dañado al país
Una y otra vez regresan a sus noticias falsas, a defender a personajes corruptos que han dañado al país
Las voces.Una y otra vez regresan a sus noticias falsas, a defender a personajes corruptos que han dañado al país
Nación321
autor
Pedro Kumamoto
Excandidato independiente al Senado por Jalisco
2020-09-29 |07:07 Hrs.Actualización07:07 Hrs.

Imaginemos que asistes a una reunión de tu generación de la preparatoria. Por primera vez en muchos años se logra ese reencuentro añorado con personas con las que llegaste a compartir aulas, fiestas, pintas, partidos, momentos difíciles y muchos cambios. 

Conforme avanza la reunión, los temas se ponen más serios, acabadas las anécdotas de la escuela, de los conciertos y los romances, se habla acerca de los planes a futuro, de las dificultades financieras que han experimentado con la pandemia y, sin darse cuenta, en algún momento alguien saca el tema que toda la noche le habían rehuido: la política. 

Primero la charla tiene reflexiones superficiales, salpicada por bromas, opiniones conciliadoras y algunos lugares comunes. Pareciera que todos se preguntan al unísono: “¿para qué arruinar el momento que estuvieron planificando y buscando por tantos años con un tema como la grilla?” 

Sin embargo, ese bando que siempre encuentra la oportunidad para sacar sus prejuicios se avienta su cantaleta diaria. Llenos de odio ciego, se ponen a repetir como loros esas falacias que no les permiten abrirse a la realidad que está frente a sí. “Pobres, no quieren ver la verdad, no importa las maneras en que se les manifieste”, piensas.

Como tú eres alguien que busca tener información actualizada y verídica, sientes la necesidad de desmentir a esos fanáticos. Elevas la voz, manoteas un poco, sacas tu teléfono en búsqueda de esos videos que te permiten refutar de manera contundente cada una de sus mentiras.

Una y otra vez regresan a sus noticias falsas, a defender a personajes corruptos que han dañado al país. Hasta parece que les pagan por replicar tantas tonterías. O ¿quizás sí les pagan? Recuerdas que uno de tus compañeros sí trabaja para el gobierno, así que decides señalar lo obvio: es un vendido al poder que solo está cuidando su chamba. Él te revira diciendo que la vendida es tu familia, que apoyó a ese candidato impresentable en la última elección. 

No es una ceguera inocente, para ti ya es clarísimo, “hay perversidad detrás de estas personas”. Es evidente que quieren acabar con el país. Nada les importa. “¡Son unos cínicos que solo les mueve mantener el poder!”, concluyes con resignación. 

Aquí termina el ejercicio. Esta fue una narración que bien podría describir a los seguidores de cualquier bando político. Aquí es donde el mal humor y la sangre hirviendo generan que le quitemos la humanidad a quien piensa distinto a nosotros. 

Esta fue una ficción creada con retazos de la neurosis que compartimos en nuestras redes sociales. Esta fue una recopilación de insultos que he leído en distintos espacios. Es un testigo del desgaste que ha sufrido nuestra capacidad para tener empatía y para ver en la otra persona a un igual. Una breve crónica de la erosión de la escucha.

Frecuentemente nos dicen que estamos viviendo tiempos de polarización en los que la sociedad camina en el sentido directo hacia la confrontación. A pesar de que ello pareciera un proceso exclusivo de la clase política, vale la pena detenernos para preguntarnos, ¿qué tanto de este proceso ya nos habita?, ¿qué tanto hemos abandonado la discusión política?

A veces es sencillo señalar como el culpable de todo mal en la vida pública a quienes no piensan como uno. Pero, como toda simplificación, es tramposa, nos hace sentir bien, pero es irreal. El debate público necesita entender los matices, habitarlo con generosidad en la escucha y entender que cada vez que se deshumaniza al que piensa de manera distinta se da un paso hacia el autoritarismo.

Sirvan estas palabras como invitación a revisar nuestros hábitos en la política, en las redes y en los debates. Esto no significa abandonar nuestras convicciones y mucho menos dejar de defender lo que creemos, sino que es una oportunidad para romper nuestras cámaras de eco, para exponernos a otras visiones y para iniciar el complicado pero necesario trabajo de vernos con otros ojos.