Crecimos escuchando que México tenía tres poderes indispensables, necesarios y equilibrados. Credo milenario, los romanos y griegos lo practicaban a su manera hasta que llegó la Ilustración y lo volvieron esencial para las democracias occidentales. Herencia de diversas revoluciones y tratados, nuestros libros de texto nos repiten desde la primaria que para evitar las tiranías es necesario tener a los poderes bien separados e igual de robustos.
Sería mentirnos a nosotros mismos si aceptaramos que la letra dicta la acción en nuestro país. El poder más expuesto es el ejecutivo, la pompa y el señorío ejercidos por más de medio siglo lograron engalanar al puesto del “preciso” de la nación. Pero no sólo lo volvieron más mediático, sino también el más codiciado. Hay quien señala que con la llegada de Fox se rompió dicha tradición del ejecutivo, yo lo dudo.
También vale la pena mencionar al poder judicial, ese sitio insondable, costoso, hermético y alejado para la inmensa mayoría del pueblo. Por años lo relativo a juicios, magistraturas o la impartición de justicia ha permanecido fuera de la discusión pública, salvo casos excepcionales y mediáticos, y por tanto se ha vuelto complicado entender buena parte de su actuar.
Así es como los tres poderes, lamentablemente, gozan una tremenda impopularidad. Sin embargo, el campeón de campeones se encuentra a la espera de una sacudida en una curul: el Poder Legislativo gana en las olimpiadas del desprestigio popular. Unos compañeros me dijeron al iniciar la legislatura “el cargo dura tres años, pero la pena toda la vida”, en la mayoría de los casos es cierto.
Cada día de mis últimos tres años me he topado con el sinsentido que genera para muchos el tener diputaciones y senadurías. Inservibles, derrochadores, flojos, embaucadores, así definen a quienes nos dedicamos al trabajo legislativo. Y en buena medida tienen razón.
Por si fueran poca cosa los insultos, se les suman las omisiones al trabajo. La Cámara de Diputados no llama a cuentas a los titulares del ejecutivo de manera recurrente. El contrapeso entre poderes es simplemente un milagro coyuntural, una comparecencia cada que existe un hecho de mayor envergadura. El Senado de la República tiene pendientes decenas de nombramientos. Pareciera que todo se va a decidir en bloque, de esa manera el botín será mayor para algunos.
No son pocos los vicios relacionados al trabajo legislativo. Muchos de ellos ganados a pulso. Sin embargo, algo que pocas veces le echamos en cara nuestros legisladores es ser un hueco dentro de los poderes. Por años, hemos entendido al Congreso de la Unión como una oficialía de partes del Presidente, como la arena de los grupos de poder, como el botín personal de unos cuantos. De esta manera se ha desdibujado la idea con la que nacen este sistema bicameral: debatir el país, ponerle límite a los otros poderes y ser una representación fidedigna de cada sector y estado.
Hace unos días René Delgado escribió en su columna en Reforma que “Hoy, el Congreso de la Unión no legisla ni parlamenta y mucho menos acuerda, transa.” Cuanta razón en dos párrafos. Retrato empero no destino.
Hoy puedo asegurar que tenemos legisladores que valen la pena en ambas cámaras, que trabajan con pasión por el país, sin embargo esto no es suficiente. Por años nos hemos conformado con la idea de resignarnos, simplemente aborrecer al legislativo y dar por hecho que no trabajarán por nosotros. Justo aquí es donde debemos doblar la apuesta, decidir que pondremos un ojo crítico en lo que sucede en este poder y exigir que se vuelva en un contrapeso real de quien quiera que quede en la presidencia de nuestro país, vaya, que logremos muchas curules dignas para México.
La calentura del 2018 nos puede imponer la noción de que lo más importante es discutir quién se va a sentar en el Palacio Nacional. Sin embargo debemos caer en cuenta que la materia pendiente del poder legislativo puede llegar a ser más compleja y necesaria para el país. Por ahí van a pasar proyectos relativos a una reforma laboral, educativa, fiscal o de seguridad social, por poner un par de ejemplos. Esto nos obliga a pensar con más detenimiento y con mucha más ilusión la manera en que este impopular y alejado poder se ha entendido por muchos años, apropiándonos de él con nuestra participación.