Llovió con sol. Las nubes dispersas le permitieron a las luces del atardecer bañar con sus tonalidades al entorno. Era esa lluvia ligera que no espanta a los paseantes, que alegra y refresca. Mientras tanto, quienes estábamos en el parque vivíamos la dicha del domingo.
Había tranquilidad y ocio para todas las personas. Un grupo de jóvenes que jugaban con una pelota, un padre y su hija pasaban la tarde en el columpio, algunos repartidores de comida descansaban de un día ajetreado y todos disfrutábamos a la sombra y del aire fresco que el parque nos brindaba.
El lugar estaba lleno de la magia que solo se puede sentir cuando te rodean muchos árboles. Había algunos hules de unos veinte metros de altura, jacarandas, galeanas, pinos y colorines que en otras temporadas colorean sus copas con flores. La mayoría de los especímenes dejaban ver su edad avanzada, probablemente fueron plantados hace ya más de tres décadas.
Poco tiempo después de mirar con detenimiento, fui encontrando en el arbolado unas lianas y yerbas que no identificaba del todo. Después entendí que buena parte, quizás la mitad de esos árboles, se encontraban azotados por la plaga del muérdago. Por si fuera poco, también yacía una cantidad considerable de troncos de árboles caídos durante los últimos días del temporal.
Por el contrario de lo que se podría pensar, fue difícil encontrar árboles jóvenes o recién plantados aunque esta sea la mejor época del año para realizar trabajos de reforestación. Ese parque tuvo una gran cantidad de bajas, pero muy pocos se apuntaron a revitalizar su cuerpo arbóreo. Este año mi ciudad y estado experimentaron uno de los peores años de incendios de los que se tiene registro. Aún así, no fue suficiente para llamarnos a voltear a ver nuestro entorno más inmediato.
DIFUSIÓN TOTAL POR FAVOR
— Fernando Pesántez (@ferpesantez) August 21, 2019
La Amazonia, el pulmón verde del planeta lleva 16 días ardiendo y existe silencio total.
Recuerdan que cuándo se quemo Notre Dame en todo el mundo se hizo eco y que en pocas horas recaudaron más de 300 millones. Y ahora?#PrayforAmazonia pic.twitter.com/yX0dBVImRF
Una buena medida de nuestro compromiso con nuestro planeta es la salud de los parques que nos rodean. Un espacio común que, en teoría, es administrado por el Estado pero vigilado de manera colectiva. Por ello estos espacios son fundamentales para leer nuestro compromiso con nuestro entorno.
Desde luego que hay excepciones. Hay quienes reforestan, quienes defienden sus territorios de mineras extractivas, pueblos originarios que cuidan sus bosques, mujeres y hombres que hacen su trabajo desde el gobierno, personas que desde la academia nos ayudan a entender el complejo y delicado equilibrio que hemos roto.
Ejemplos de estas personas hay en todas las latitudes. Berta Cáceres, cuya lucha y activismo por el medio ambiente en Honduras le costó la vida; Greta Thunberg, quien ha inspirado a miles de jóvenes a demandar acciones concretas y radicales a sus gobiernos contra el cambio climático; el pueblo Suruí que en el Amazonas libra una batalla contra los ganaderos que incendian la selva; las personas de Cherán, en la meseta purépecha, que lograron la hazaña de detener la deforestación y diariamente se organizan para construir una comunidad democrática y sustentable.
Hay muchas personas que contribuyen a que este planeta sea un hogar para todos. Sin embargo, siguen siendo muy pocas manos.
El ser humano ha devastado su entorno. Nos hemos vuelto hasta enemigos de nuestros propios parques. Entubamos nuestros ríos, envenenamos ojos de agua, fraccionamos y quemamos los bosques que nos brindan cada respiro.
Es sencillo conmoverse y compartir en redes sociales las imágenes de la devastación del Amazonas, pero pocas veces nos invitan a acciones concretas en nuestras realidades. ¿Qué tanto le exigimos a nuestros ayuntamientos en esta materia? ¿Qué tanto nos organizamos con más personas para lograr el impacto deseado? ¿Qué tan dispuestos estamos para dedicarle algunas horas de nuestra semana?
Es cierto, los esfuerzos individuales no cambiarán una realidad planetaria. Por eso se vuelve urgente que aprendamos desde ahora a organizarnos en red, colectivamente, para incidir en las decisiones de nuestros gobiernos.
Estamos siendo testigos de la emergencia. Que la conmoción y la tristeza que nos provocan estos hechos nos alcance para la acción y la organización. El desasosiego y la desesperanza deben ser para otro momento. Volvamos al parque, al monte, al yacimiento de agua. Hagamos una tregua al planeta a través de acciones colectivas y de incidencia gubernamental. Es el momento, el tiempo se agota.