El porvenir mexicano será tan promisorio, como promete el presidente Andrés Manuel López Obrador, como su narrativa alcance. La segunda parte del sexenio verá una frenética carrera entre su discurso, que construye una realidad todas las mañanas en Palacio Nacional, contra la otra realidad, la de los datos y la evidencia. Su palabra no es inédita, y se asemeja a la de otros líderes que en los últimos años aprovecharon los desbalances del modelo económico y la ira de la gente contra políticos incompetentes y corruptos para fortalecer su poder, a base de alimentar continuamente el resentimiento.
La posibilidad de que López Obrador termine su administración sin costos ni recriminaciones, dependerá de su capacidad para lograr que la mayoría de los mexicanos no vea hacia fuera y cierre los ojos hacia adentro, creyendo cada palabra que diga. Es decir, su realidad se mantendrá viva y vigente, mientras no le estalle en las manos. Es una carrera entre qué tanto puede hablar, persuadiendo con verdades, mentiras o las dos juntas, atacando y enfrentando a la sociedad, para que la crisis económica, alzas en combustibles, impuestos, nulo crecimiento, asesinatos, enfermedades y conflictos sociales, no cambien la percepción y lo hagan responsable del desastre.
Lo que hemos experimentado como país en tres años, con un forcejeo sistemático del Presidente contra la crítica, que como lo ha hecho hace casi 40 años, ha revisado la gestión de su gobernantes, puede ser difícil verlo para muchos inmersos en la dinámica de la polarización, pero podrían imaginarlo si, guardadas las proporciones, se analiza “No miren arriba”, una sátira estrenada recientemente en Netflix, donde la presidenta de Estados Unidos, Janie Orlean (Meryl Streep), manipula electoralmente las alertas de científicos sobre el inminente choque de un meteorito contra la Tierra, y después, con los datos de un charlatán amigo de ella, vende el trágico fenómeno como una oportunidad económica para su pueblo.
“No miren arriba” era una campaña para que la gente no levantara los ojos al cielo y observara al meteorito y que el temor cuestionara su narrativa. El “no mires hacia afuera” y “cierra los ojos hacia adentro”, frases inspiradas en esa película –cuyo principal patrocinador fue el Pentágono, que lucha permanentemente contra la realidad alterna–, resumen el ejercicio matutino del Presidente. La intención subyacente es que quien escucha al líder no piense, no reflexione, y crea ciegamente que lo que dice es verdad.
La mañanera de ayer es un estudio de caso. López Obrador habló épicamente de los héroes y las heroínas que envían remesas de Estados Unidos a México, cuando las remesas son resultado de una política del gobierno estadounidense de estímulos fiscales que fomentaron el crecimiento, contrario a lo que hizo el Presidente, que dejó que murieran más de un millón 400 mil empresas. Ese dato lo omitió cuando habló de las empresas que nacieron el año pasado, como también soslayó que el respaldo empresarial a su política económica que presumió, obedece a una estricta disciplina fiscal, más ortodoxa incluso que la que llevaron a cabo los gobiernos “neoliberales” a los que siempre fustiga. Afirmó que México es un país muy atractivo para la inversión y que ésta no se ha interrumpido, cuando los datos oficiales, cuando menos hasta septiembre, revelan una caída de 18% con respecto a 2018.
No mirar hacia fuera y cerrar los ojos es el sueño de López Obrador hecho realidad en la mañanera. La pandemia del coronavirus es la joya de la realidad alterna. El lunes afirmó el ISSSTE que nos encontrábamos ante la cuarta ola del Covid-19, y el martes el Presidente lo negó, señalando que sólo tres estados habían registrado un incremento en contagios. De hecho, son 29 entidades las que han tenido un incremento vertiginoso de contagios.
En las últimas semanas de diciembre, pero antes de la Navidad y el Año Nuevo, el incremento de casos activos se elevó en 34% promedio, con Quintana Roo y Baja California Sur, como casos extraordinarios. En esas dos entidades, donde los turistas internacionales llegan sin ninguna restricción –a diferencia de casi todo el mundo, los viajeros pueden ingresar a México sin ninguna prueba anti-Covid–, el incremento en contagios fue de 767 y 493%, respectivamente. Pese a que el número de decesos se mantiene bajo, México se mantiene a la cabeza como el país con mayor mortalidad por la pandemia, con 7.5 muertos por cada 100.
Los mexicanos, dijo el Presidente el martes, están felices. El Índice de Confianza del Consumidor dado a conocer por el INEGI ayer, sugiere lo contrario. A la pregunta de cómo ven la economía dentro de 12 meses, los mexicanos respondieron negativamente por primera vez en cuatro meses. Los datos de la industria automotriz no son menos desalentadores. Diciembre tuvo el peor cierre en ventas en 12 años. Una vocera de López Obrador dijo que era falso que los precios de los combustibles hubieran subido, pero lo que mostró como evidencia es tramposo porque sólo reflejó una zona del país, no la media nacional que muestra el incremento en las gasolinas, señalado por la Profeco, no por los medios, como acusó.
Y sin embargo, la aprobación presidencial va al alza. La última encuesta de 2021 publicada por El Financiero registra un apoyo del 67%, seis puntos más que en enero del año pasado, pese a que el 51% califica mal al gobierno en seguridad, hubo una caída de 2% en aprobación sobre el manejo de la economía, y el 47% cree que hay corrupción en el gobierno. Su narrativa, como en “No miren arriba”, exterioriza la enajenación colectiva lograda por el líder y su maquinaria de propaganda, donde la palabra, no la evidencia, y la expectativa de mejora, no la realidad objetiva, domina el imaginario colectivo. Nos retratan bien en esa sátira. Las mañaneras son nuestro ombligo, y su realidad alterna perdurará hasta que haya un choque de expectativas, si es que ese momento, llega algún día.
Como en “No miren arriba”, la palabra, no la evidencia, domina el imaginario colectivo