La salida de Santiago Nieto de la Unidad de Inteligencia Financiera se ha quedado en la óptica de la boda. Se explica porque al presidente Andrés Manuel López Obrador definitivamente no le gustan las bodas, y menos aún si entre los invitados principales se encuentran personas a las que denuesta semanalmente como parte de quienes quieren descarrilar su proyecto. Lo menos que se puede decir de Nieto, cuyo evento privado no podía dejar de ser público –sobre todo después de meses de que fuera manjar en las mesas de las élites–, es que fue imprudente. Pero su debilidad personal fue mero pretexto, pues llevaba un semestre a la baja con el Presidente y con un número creciente de enemigos. Su remoción era cuestión de tiempo.
Pablo Gómez, quien relevó a Nieto en la UIF, le regaló a Milenio TV este lunes dos perlas para entender el contexto. La primera es que en diversas reuniones con López Obrador el tema de la UIF había salido –no abundó en las conversaciones–, y que la decisión de la remoción la había tomado el Presidente el lunes por la tarde, mientras viajaba a Nueva York. Por tanto, nombrarlo en el cargo, sin que se lo hubiera dicho, no le cayó de sorpresa. Es decir, el Presidente se tardó unas 48 horas en evaluar si el ciclo se había acabado para Nieto, pero quizás, en vísperas de su intervención en la ONU, no tendría congruencia su dicho si lo seguía cargando en la espalda.
La salida pareció sorpresa donde no debería de haber. Desde agosto se planteó en este espacio que Nieto era una bomba de tiempo, porque estaba jugando las contras al Presidente y asumiendo posiciones ajenas a los deseos de su jefe, o intrigando para alcanzar objetivos políticos personales. Nieto lo negaba, pero dentro de Palacio Nacional arreciaban las críticas. El conflicto con el fiscal Alejandro Gertz Manero, que hace más de año y medio es público, se agravó. Por una parte, aceptó la denuncia de la familia de su hermano por presuntos delitos financieros del fiscal, y por la otra, fue a contracorriente de Gertz Manero en las acusaciones contra el exsecretario de Seguridad Pública Genaro García Luna. Mientras el fiscal lo acusa de delitos vinculados al narcotráfico, Nieto lo acusó de delitos de cuello blanco, mostrando inconsistencias del gobierno ante los fiscales estadounidenses.
Nieto agregó como enemigo a Julio Scherer, quien era el consejero jurídico de la Presidencia, a quien le abrió una investigación en la UIF. En su momento, Nieto no negó la existencia de esa carpeta de investigación. No obstante, como hasta ahora, insistió en su lealtad a López Obrador. "Tengo la instrucción del Presidente de investigar y combatir todos los actos de corrupción, independientemente del partido o del gobierno al que pertenezcan", respondió.
También tenía una detallada investigación sobre el dinero que recibió Pío López Obrador en efectivo, supuestamente, para campañas electorales de Morena en 2015, donde probaba recursos de procedencia ilícita para mantener a un hijo en Canadá, e inició una investigación sobre Andrés López Beltrán, hijo del Presidente, de la que se desconocen detalles. También se le acredita haber sido la fuente original de la información contra Scherer, que comenzó a circular tras su renuncia como consejero jurídico de la Presidencia.
La relación de Nieto con el Presidente se fue deteriorando aceleradamente, y de llamarlo “hijo” y tener acuerdos personales hasta dos veces por semana, le fue cerrando el acceso directo cuando empezaron a hacerle notar que estaba actuando por cuenta propia con su agenda particular. Tal fue el caso de un expediente que filtró a Reforma sobre una persona con quien sus dueños mantienen agravios porque tenía la propiedad de su Aviso de Ocasión; le ayudó a cultivar el apoyo del diario, que publicó la información pese a que fueron advertidos desde la Presidencia de que era falsa. La filtración de investigaciones parciales a la prensa, un ejercicio socorrido por Nieto, había generado la primera gran fricción con Gertz Manero, que se quejaba que sólo lo hacía para adular al Presidente, pero que, al no poderse judicializar, quien pagaba las consecuencias era él, a quien hacía parecer incompetente.
Nieto cayó en el protagonismo empujado por la percepción de que era una pieza vital en la lucha contra la corrupción. El canto de las sirenas lo llevó a acariciar la candidatura de Morena al gobierno de Querétaro, y en la escalada de la ambición, a finales de julio envió un mensaje al Presidente donde le comentó que ante las preguntas de la prensa sobre la posibilidad de que aspirara a la Presidencia, respondería que no tenía ninguna intención de ello.
En su coqueteo con la política, Nieto jugó en tándem con el exgobernador de Chihuahua Javier Corral, con quien intentó manipular a la fiscal especializada en Combate a la Corrupción, María de la Luz Mijangos, para atraer la investigación contra del exgobernador César Duarte por un supuesto desvío de recursos, alegando que su sucesora, Maru Campos, no la continuaría. Mijangos se negó a hacerlo y reportó a Palacio Nacional lo que sucedió.
Cuando asumió la gubernatura, Campos habló con el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, para decirle que Corral, apoyado por Nieto, decía que el Presidente lo iba a nombrar en lugar de Mijangos, pero le respondió que no se preocupara porque eso no iba a suceder. Corral acercó a Nieto a Movimiento Ciudadano, aunque éste lo ha negado. La apuesta no caminó porque trascendió que Corral fue a Palacio Nacional a hablar mal del líder del partido, Dante Delgado, a quien tildó de “oportunista” y profesar su lealtad a Morena.
Todas estas pinceladas de la gestión atropellada y poco limpia de Nieto sucedieron meses antes de la boda. No fue el evento en sí, sino el escándalo causado por 35 mil dólares en efectivo no declarados en Guatemala, lo que adelantó la caída de su estrella.
Desde agosto se planteó en este espacio que el exfuncionario era una bomba de tiempo